Les pido que fijen su atención en el ciclista de su derecha. Les ruego que pasen por alto al atractivo joven de su izquierda, sin duda un experto ‘routier’ que ha detenido su entrenamiento para animar a los esforzados de la ruta (admito que estaba en buena forma aquel verano). Sobre quien reclamo atención es sobre el corredor del Caisse d’Epargne. Hay varias pistas que nos indican que hace rato que se abandonó a su suerte. Así lo indica su rostro desencajado, así lo sugiere la Coca-Cola que se está bebiendo y así lo confirma la mirada que dedica a la fotógrafa, mirada penosa a ritmo de caracol.

Recuerdo perfectamente la escena. Hacía muchos minutos que había aparecido el grupo principal camino de la cumbre en Pla de Beret. Como siempre, los mejores pasaron como un relámpago, imposible distinguir a los componentes del grupo, si acaso a un par de ellos. Después, como resulta habitual en las etapas de alta montaña, se alineó un reguero interminable de ciclistas: los que perdieron comba, los que tuvieron un mal día y los que reservaban fuerzas para una etapa más propicia.

Nuestro protagonista surgió después de casi todos ellos. La prueba es el escaso entusiasmo que generó entre los aficionados, más pendientes del coche escoba que de su agonía personal. Diré en descargo de quienes ocupaban la cuneta que costaba reconocer a ese corredor a la deriva. Primero por su ubicación impropia y después por un bronceado que rozaba la negritud, resaltado el conjunto por la quemazón del momento.

Aquel ciclista, y lo descubrí horas después, repasando las fotos, era Óscar Pereiro. Esa tarde perdió 26 minutos en meta y ganó el Tour. O comenzó a ganarlo. Gracias a esa desventaja pudo incluirse dos días después en una fuga bidón que llegó Montelimar con media hora de ventaja. Pereiro se puso líder. Lo que sucedió luego daría para escribir varias novelas de misterio, de detectives y de ciencia ficción. Landis se proclamó vencedor en París, pero su posterior descalificación terminó por coronar a Pereiro, el ciclista roto con la Coca-Cola en la mano, la mirada penosa a ritmo a caracol.

Sucedió una vez y tal vez no vuelva a repetirse nunca. Sin embargo, el ejemplo nos sirve. A veces, cuando está todo perdido, ganas.

5 comentarios en «Cómo perder 26 minutos y ganar el Tour de Francia»
  1. Bello recuerdo y sensacional metáfora. Uno de los Tours más espectaculares que recuerdo. Imagino que así solían ser hace muchos años… Y ojo, que Pereiro venía de ser top ten los dos años anteriores y acabando en plan figura.

  2. Buenos días Juanma, lo primero es agradecerte el permitir que podamos continuar leyéndote (todo un placer). Quisiera hacerte saber que, al menos por mi parte, no habrá ningún reproche por que te desvíes alguna vez del fútbol y del Madrid (me apasiona el fútbol que conste, pero como deporte no como espectáculo), y que nos maravillaras con relatos sobre como viste por ejemplo, el Tour de Flandes, Paris Roubaix etc… Es decir, que ya que estamos entre amigos, si sientes alguna gana de contarnos con más asiduidad que te pareció tal carrera, adelante, como mínimo un servidor te estaría agradecido.

    Un saludo y ánimo en esta aventura!

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