Mejor parados que en movimiento.
Perdonadme, muchachos, pero habéis tenido momentos mejores.

Comprendo el entusiasmo de quienes vieron la película Spotlight en tiempo y hora (no como yo). Lo entiendo porque la mayor parte de las recomendaciones me las hicieron periodistas. Asumo que para ellos, para nosotros, tan relevante como la historia es la utopía que plantea, al menos en nuestro mundo conocido: un equipo de investigación que trabaja al margen de las rutinas de la Redacción y, además, sin prisa. Sospecho que hay muchos compañeros periodistas que no se reponen en toda la película de ese asombro, ajenos al trajinar de los curas y los reporteros.

Debo confesar que a mí me impactó menos. Digamos que admiré fugazmente la existencia de ese cuerpo de élite y me concentré en la historia, dispuesto a disfrutar de una película elogiada por muchos amigos y reconocida en los Oscars con el premio gordo.

Bien, pues no lo conseguí del todo. Me interesó el relato, pero igual que me hubiera interesado un documental al respecto. No me apasionó, en definitiva. Sentí la dosis aconsejable de asco hacia los responsables de los abusos y sus encubridores. Pero no me identifiqué con los héroes de la trama, ni sufrí ni gocé con ellos; no les copié ni un gesto a la salida del cine.

No es fácil, ni frecuente, que actores como Michael Keaton, Mark Ruffalo o Rachel McAdams compongan personajes carentes de relieve. Da la sensación de que el director se limitó a sobrevolarlos. Keaton, por ejemplo, es la mitad del periodista que interpretó en The Paper. McAdams insiste en su deseo de parecer una mujer poco atractiva (comenzó en True Detective 2) y sigue sin conseguirlo. Ruffalo, representante en muchas películas del tipo que quisiéramos ser, no consigue conectar con nadie: ni con los periodistas caóticos ni con los cuarentones mofletudos.

Tampoco se salva Liv Schreiber aunque por momentos resulte el único superviviente de la película. Su contención es tan absoluta y tan sin tregua que su rictus termina por confundirse con la superficie de la piedra Pómez.

No es una mala película, aunque tampoco es una demasiado buena. Resulta oportuna como denuncia que no caduca y por su indudable valor documental; sospecho que por eso fue premiada en Hollywood (de algún modo había que parar los pies a Iñárritu). También sirve como esperanza para los periodistas que todavía la tienen. Para algunos será suficiente. Para mí no lo es. Odio salir del cine caminando igual que entré.

3 comentarios en «Spotlight (crítica tardía): demonios sin ángeles»
  1. Creo que su fuerza está precisamente en la frialdad con la que funciona. No es una torpeza, sino una elección: se aleja de los momentos cargados de emoción que tiene «The Newsroom», por ejemplo, para centrarse en la historia. En parte me sorprendió. Estuve esperando ese punto álgido, con la música emotiva, con la amenaza palpable y toda la parafernalia, pero me agradó esa planicie, la entendí como una muestra de normalidad.
    Es verdad que uno esperaba una película más intensa (de hecho, el tráiler hace un pelín de trampa, porque parece vender eso, precisamente), pero el resultado final me dejó satisfecho. Entiendo por qué no le convenció, desde luego.
    Su página es una maravillosa sorpresa.

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