Lo aclaro antes de proseguir: no estoy haciendo una proclama a favor de la revolución (carezco de megáfono). Cuando pido que los políticos que fueron incapaces de llegar a un acuerdo de gobierno se larguen, no sugiero que se marchen a su casa o que se vayan a esparragar. Basta con que se hagan a un lado y dejen pasar al siguiente. Si alguien no sabe resolver un problema lo coherente es que lo intente otro. Sin dramatismos. Poco importa si el partido en cuestión elige como nuevo candidato al número dos, al tres o al 33. Que cada cual mueva su banquillo como desee.

Asumo que el escenario que planteo es irreal (de tan sensato), pero nos habría resuelto el problema. En el caso de que los candidatos hubieran sentido la amenaza del relevo habrían llegado a creativos acuerdos políticos. No lo duden ni un instante.

Ningún líder político tiene prisa si sabe que mantendrá su condición de candidato; caiga quien caiga, nunca cae él. Así las cosas, la nueva convocatoria electoral no es entendida por ellos como un fracaso, sino como otra oportunidad de subirse al estrado para perfeccionar viejos discursos propagandísticos y autocomplacientes.

Aquí, ya lo habrán advertido, hay un problema de estrado antes que un problema de estado. Gusta más escucharse que escuchar. Los políticos han llegado a creerse que los aplausos que escuchan en los mítines son de verdad. A partir de ahí han desarrollado un egocentrismo insoportable que hace que cada uno se sienta como la última Coca-Cola del desierto.

No pretendo criticar a un gremio determinado. Los políticos son una muestra representativa de los españoles y de la sociedad en la que vivimos. Aquí no se quiere marchar nadie. Nadie está dispuesto a ceder un sillón. El poder paraliza los cambios porque el poder reside en aquellos que sientan sus posaderas en los sillones. Tan simple.

No queda nada de la superioridad moral o intelectual que atribuimos a los políticos de la Transición. Durante cuatro meses hemos comprobado que sus señorías no tenían ningún plan negociador, ninguna sesuda táctica. Ni la tenía Rajoy cuando pidió mus, ni la tenía Sánchez cuando lo cortó. Tampoco Podemos calculó nunca más allá de la siguiente jugada. Ni los nacionalistas se movieron, ni lo hicieron las mareas no necesariamente nacionalistas. Todos se lanzaron a una improvisación casi infantil, esperando que una carambola cósmica los rescatara en el último momento.

Nadie planteó una proposición tentadora. Rajoy no ofreció su cabeza, lo que hubiera sido muy tentador para el Partido Socialista, ni Sánchez ofreció la suya, lo que hubiera resultado muy tentador para ambos partidos con las dos cabezas cortadas. Podemos, por su parte, perdió la posibilidad de cobrarse cara su abstención en un pacto PSOE-Ciudadanos, exigiendo un control absoluto de las políticas sociales en vez de perderse en quimeras ego-estatalistas.

Es muy español eso de no renunciar a nada a favor del contrario. Es tan español como renegar de España. Tal vez sea esta la única utilidad de estos cuatro meses de pactos infructuosos. Hemos resuelto una duda existencial: somos españoles.

9 comentarios en «Cuestión de Estado y cuestión de estrado»
  1. Cuando te leo cosas de estas, pienso en el futuro de este blog (?) y no imagino nada con tantas posibilidaes de éxito. Esribir desde la verdad y con el corazón en la mano en España, no es un bien común, pero espero que termine siéndolo. La indignación no solo puede ser mostrada desde una tienda de campaña en Sol. Dicho esto, y dicho por alguien de izquierdas, lo lógico hubiese sido que tras ganar el PP las elecciones y tras el ingente cúmulo de casos de corrupción, Mariano se hubiese ido, bien a su casa, bien a esparragar, se hubiese postulado una mujer, que ya toca, como Soraya y le hbiesen jurado amor eterno a Rivera, Albert, pero se cumplió el axioma, el de «O César o nada», cual Isabel de Portugal suspirando por Carlos V, lo peor es que unas nuevas elecciones, serán más de lo mismo.

  2. Más que Estado o estrado, la política en España parece cosa de Estradas (me da lo mismo Blanca, Susana o Pipi).

    Mientras los políticos sigan mirando siempre para adentro, importándose ellos y no los demás, y los votantes vayamos a las urnas pensando más en lo de afuera que lo que pasa en nuestros adentros (ya que elegimos más por inercia que por reflexión personal), la cosa tiene poco arreglo.

    ¿Pero de quién es de verdad la culpa?. Nuestra, querido Juanma. No somos conscientes de que ellos viven dentro de un sobre y que con no meterlo en la urna, verías como cambiaban las cosas. La abstención es la única y verdadera defensa ciudadana, pero para eso habría que convencer a nuestros conciudadanos de que las pensiones se ganan a pulso y no arrastran las eses o llevan coleta. Que estamos en el siglo XXI y que ya los fachas no van con boina negra o hay rojos con rabo (más que el que nos da la naturaleza, que es más cortito). Los políticos actuales viven más del miedo que quieren provocar sobre los contrarios que de su propio curriculum. Cuando oigo cosas como «Estos se funden la Caja y nos llevan a la ruina» o la manida «Casta», sé que vamos de culo.

    ¿Qué hay corrupción?. Pues a mandarles a comprar tabaco a Sumatra. Sin miedos, que no pasa nada. Pero teniendo claro que los que lleguen lo han de hacer con hoja de ruta, explicando como se hace lo que proponen y dejándose ya de tanto ponerse a parir.

    Cuando esto sea posible, ya pasaremos de estrado a Estado y dejaremos de vivir en estruendo.

  3. El tiempo (breve) dira si lo que hicieron fue arriesgar, o hacer que el chico no amara a la otra…

    Al final creo que ha sido para mejor que salieras de As.

    Un saludo,

  4. Es bastante ingenuo pensar que los políticos son dueños de sus actos en estos tiempos neoliberales. La falta de entendimiento es una impostura conveniente para ciertos poderes, que no vemos o no queremos ver, pero que son los que en realidad manejan la vida y obra de millones de personas. Los partidos políticos están tan endeudados que ya no son propietarios ni de sus siglas, y eso lo condiciona todo. Son los usureros los que en primera instancia deciden con quién sí y con quién no y de qué manera se negocia.

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