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Lo primero fue tener personalidad. Elegir una. Gustarse y gustar. Insistir en la idea. Aceptar el tamaño. Descubrir un lugar y encontrar una música. Después vino el resto, la joyería. Cinco Copas de la Europa League. Con unos y con otros, pero con algo inalterable: la personalidad.

El asombro de la primera mitad es que el Liverpool intentó suplantarla. La confusión duró un buen rato y estuvo cerca de prologarse una eternidad: vestían de rojo, mordían igual, se apasionaban lo mismo. Hasta que el Sevilla entendió que no hay imitación que resista al original. Y se acabó la guasa. Que hagan esto, si pueden. Y no pudieron.

Se puede copiar todo menos el talento. Tampoco se puede calcar la inercia. Ni los amores. Y cuando un torneo te quiere no hay tropiezo que no te conduzca a sus brazos. Dos manos, dicen. Tres incluso. Las que gusten. La que cuenta muestra cinco dedos y se llama manita. Felicidades, Sevilla. Por encontrarte. Abajo las penas y las palmas arriba.

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