Que el balón sea un cuerpo esférico de carácter ingobernable, y que el mundo sea un balón de mayor tamaño (evidentemente pinchado), debería servirnos para entenderlo todo, incluida la final de la Copa del Rey. La diversión de una pelota es cambiar de cara en cada giro. Asumido que el engaño es consustancial al fútbol, la única defensa del fútbol es engañarnos a nosotros.

El partido no se explica a partir de la expulsión de Mascherano. Antes de que viera la roja (36’), el Sevilla ya había ejercido una oposición insospechada, imprevista para quien ha ganado (y celebrado) la Europa League hace cuatro noches; hay seguidores sevillistas que todavía no han dormido cinco horas seguidas en los últimos cinco días.

Confieso que no estábamos preparados para algo así. Quizá sólo lo estuvieran los hinchas insomnes (Quique Guatelama y otros). El resto de observadores nos disponíamos a evaluar la resistencia del Sevilla, más meritoria cuantos más minutos le ganara al reloj. Nunca imaginamos otro escenario, y mucho menos el cambio de papeles, el domino sevillista y la resistencia culé.

Insisto. No fue culpa de la roja a Mascherano. La única responsabilidad de esa expulsión la tiene el propio futbolista y por extensión quienes siguen creyendo que es un defensa central para cualquier estación. No lo es: cuando llueve mucho, encoge.

El Sevilla utilizó el descanso para visualizar lo cerca que estaba el título. Ya no era una cuestión de arrebatos místicos (o musicales), sino de fútbol. El equipo tenía juego para ganar y un futbolista más para hacerse valer. Si no marcó un gol es, en gran medida, responsabilidad de Piqué. El controvertido jugador es, sobre todas las cosas, un estupendo futbolista.

Según pasaba el tiempo se cernía sobre el Sevilla la nube negra de las ocasiones perdidas. Negrísima. Cumplidos los 90 minutos reglamentarios, Banega fue expulsado por interceptar un avance de Neymar; no me pregunten qué hacía un artista como Banega emparejado con el brasileño porque lo ignoro. El tonelaje del partido se volvía a igualar con una prórroga por delante.

Sin correajes y con más campo libre, el Barça se creció, Messi se gustó y Jordi Alba marcó. El Sevilla se descosió porque perdió la fe: el gol le cayó como si fueran un par. La prórroga que hubiera firmado, por ser límite de la resistencia, se convirtió en un castigo insoportable, despiadado cuando Neymar consiguió el segundo tanto, en el añadido del añadido.

Al final, después de un sinfín de pistas falsas, ocurrió lo previsto: el Barça es campeón, confirma el doblete y ya no se jugará tanto en la final del próximo sábado. O sí.

Un comentario en «El Sevilla lo tuvo en la mano y el Barça se lo llevó»

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