Ante la tesitura de empezar por el campeón o por el derrotado, y con los penaltis todavía humeantes, dudo más bien poco: la desgracia que persigue al Atlético es más relevante, como fenómeno de la naturaleza, que la undécima Copa de Europa del Real Madrid. El destino (o quien sea) ha querido que el Atlético sufriera en sus tres finales la aniquilación que más duele hasta alcanzar, al tercer intento, la última frontera del quinto penalti. No la imaginen, porque no cabe mayor tortura.

Mientras el campeón se baña en gloria y honores, me siento en la obligación de no perder de vista al Atleti. Ya no hay duda de que su problema tiene que ver con la suerte. Igualado el hándicap del gol inicial, del talento, del presupuesto y de la inercia de la historia, el Atlético se la jugó en la ruleta rusa de los penaltis y volvió a perder. Alguien no quiere que gane. Y será mejor resolver ese asunto antes de volver a la carga.

Entre las curiosidades de la final quedará que los dos mejores porteros del campeonato, a los que sólo se pudo batir con remates a quemarropa durante el tiempo reglamentario, no pararon ningún lanzamiento en la tanda decisiva. Oblak, concretamente, lo intuyó todo al revés. Para él quedará un desconsuelo especial, el mismo que arderá dentro de Juanfran, que estrelló su tiro al poste y todavía a estas horas pide perdón.

Que Cristiano, desconocido durante todo el partido, consiguiera el gol que vale la Copa también debe significar algo, aunque en estos momentos no consigo adivinarlo. Lo que tengo por seguro es que con los rezos de Keylor habría que editar un catecismo.

Si conseguimos abstraernos de los penaltis (sé que es mucho abstraerse), podemos concluir que partíamos de una premisa falsa: el Real Madrid tiene mejores futbolistas y el Atlético, mejor equipo. La simplificación, como tantas veces, es errónea. El Madrid no cuenta con un equipo peor que el Atlético. Quizá sea más perezoso o más inconstante (tal vez sude menos), pero en ningún caso es inferior. Aceptado eso, las opciones del Atlético se reducían dramáticamente. De todas las posibilidades que ofrecía la final, sólo había una que le favorecía: marcar primero. Como en Lisboa. En ese supuesto, el Atlético podría explotar sus virtudes defensivas y su contragolpe genético, exactamente como en Lisboa, aunque sin los achaques de entonces. Bien, pues marcó el Madrid antes.

Desde ese momento, la final se convirtió en un Everest para el Atlético. Se repuso y dominó el juego, pero le costó muchísimo imaginar el gol del empate. Sin la supremacía aérea de otro tiempo (inferioridad, actualmente), el equipo necesitaba una ayudita del destino. Y la recibió. El golpe de suerte lo recibió Fernando Torres en el tobillo. Sin embargo, cuando más felices se las prometía el Atlético, Griezmann falló el penalti.

Fue volver a bajar, para volver a subir y para precipitarse de nuevo. Carrasco (excelente) empató la contienda y el Madrid, superada la conmoción, resurgió otra vez. Fue así durante 90 minutos y durante la media hora de prórroga. Altibajos en los que siempre emergió el trabajo de Casemiro y Gabi, colosales ambos.

No hay mucho más que decir. Las palabras sobran cuando de lo que se trata es de festejar o de olvidar. Viva el fútbol. Aunque mate.

5 comentarios en «Viva el fútbol, aunque mate»
  1. Intento poner algun comentario que sea elegante y fiel con el mérito del Atleti pero sólo me sale que se lo merecen por acumulación….vaya tres finales…como cuando llevas toda la noche hablando con la chica y aparece su ex-novio y desaparecen en 5 minutos…

    Y vaya partido de Casemiro…

    Saludos

  2. Aún dudo la existencia de Dios. Lo que sí tengo claro es que no es colchonero. Excelente crónica y gran título! Un libro debería llevarlo.

    Saludos Juanma!

  3. Ante tu impecable crónica, la enésima, solo me sale una precisión: que Cristiano consiguiera el gol que valió la Copa demuestra que nunca hay que renegar de los dioses y prescindir de ellos. Lo digo porque, durante la prórroga, alguno pensó en sustituirlo. ¿Qué hubiera pasado en ese caso? Imposible saberlo…

    Lo que sí sé es que te has vuelto a lucir, Juanma. Si hubiera una Copa de Europa de cronistas deportivos, tú serías cada año cuartofinalista, cuanto menos.

  4. […] la Duodécima no es un triunfo desgarrador. Es una victoria absoluta, aplanadora, bien masticada. En las finales contra el Atlético existía el miedo a la burla y al ‘sorpasso’. En las finales anteriores se sentía el miedo de no volver pronto, que en la Séptima fue el terror […]

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