IMG_1875

Si nunca has sido despedido de un trabajo es probable que pienses que no te echarán salvo que cometas un error mayúsculo o hagas una deposición en la mesa del jefe (la lotería y la defecación en altura son ensoñaciones recurrentes y complementarias entre los trabajadores hastiados). La experiencia nos demuestra (íntimamente) que no son necesarios ni los errores ni las deposiciones. La jerarquía del recreo se invierte, demasiadas veces, en el mundo de los adultos. Algunos lo aprovechan para ajustar cuentas o para curarse complejos a garrotazos.

Ante el despedido se abre un mundo nuevo, repleto de días repletos de horas. En mi caso, y quizá para no enfrentarme a tanto vacío, decidí matricularme en un Curso en la Cámara de Comercio y reanudar mis estudios de inglés. La primera sensación es tonificante, por llamarlo de algún modo. Si hablamos de los idiomas, has de someterte a una prueba de nivel que es la primera demostración de que tu estatus ha cambiado: ya no tienes estatus, sólo presbicia. El examinador no te concede ningún crédito por lo que has estado haciendo durante veinte años, al contrario; se pregunta qué demonios has estado haciendo en los últimos veinte años.

En el Curso de la Cámara, sin examinadores de por medio, la inmersión fue asombrosamente natural. Desde el primer instante el grupo me pareció variopinto, aunque ahora me doy cuenta de que el variopinto era yo. El resto de mis compañeros, no excluyo al profesor, pertenecían a una misma generación, lo que les igualaba en referentes básicos (Tinder, Rozalén, Candy Crush…).

Más allá de esa coincidencia, en nada menor, el grupo resultaba tan diverso que hubiera sido la muestra perfecta para convivir en las islas de los realitys. Tampoco hubiera sido mala la obra de teatro (o la película de Rodrigo Cortés) que nos reuniera a todos en un ascensor averiado y debo decir que, en este sentido, el viejo ascensor hizo cuanto pudo.

Curso en la Cámara de Comercio.

De la armonía que fue surgiendo tiene mucha culpa el profesor, que nos llevó con mano izquierda y paciencia infinita. Supongo que el arte de enseñar consiste en desenredar el pelo (de la ignorancia) sin que se noten los tirones. El caso es que un grupo que no tenía nada en común, exceptuando un par de siamesas, terminó por conseguir en tres meses el vínculo que cuesta establecer en un año entero.

Desconozco las razones. Supongo que a veces ocurre. Intuyo que cualquier estudio de postgrado se asume como una prórroga de un partido que difícilmente volverá a jugarse. O tal vez fuera la primavera, o los anocheceres. Sólo sé que estábamos abocados al olvido y ahora tenemos una foto de selfie y un grupo de whatsapp. Quién sabe. Hasta es posible nos den un título.

9 comentarios en «El grupo»
  1. Siempre me ha encantado leerte. En una ocasión visité el Diario As para ver un partido de la liga del clavo ardiendo. Fui con mi cuñado, invitados por Roncero.
    Al final del partido tuve la oportunidad de saludarte y decirte lo mucho que me gustaban tus crónicas.
    ¡Un saludo!

  2. Buena Juanma. Eres mi inspiración y referente para escribir crónicas de fútbol. Pensaba en lo difícil que sería pero poco a poco y bajo tu legado en AS estoy comenzando a mejorar y pulirme. Es tan hermoso perfeccionar un texto, que sin importar el resto, para ti es bello. Te ruego que escribas un poco de la Copa América. Saludos desde Perú, Juanma. El mejor cronista deportivo del mundo.

  3. Hola Juanmita. Que se mueran los feos, o al menos, que siempre tengan un espejo delante…¡Un momento!…a lo mejor el espejo eras tú….

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *