Conversación imaginada en una madrugada de insomnio. Ocurre pasada la medianoche, el hall del hotel del Movistar. Eusebio Unzué se apura un café (tila, Cola-Cao o Dry Martini) en compañía de uno de sus asistentes. Se les une, haciéndose el encontradizo, un director/directivo del Tinkoff, un tipo sensato, quizá esto sea lo más difícil de imaginar. El intruso es invitado a sentarse cuando ya está sentado.
Sonríen y hablan del tiempo. Hasta que el tercer hombre entra en materia. No plantea exactamente un acuerdo, sino un pacto de no agresión. Ha notado que Movistar aprieta cuando Contador flaquea y propone fijar un enemigo común. Unzué se rebrinca al principio, pero luego escucha porque le interesa. El argumento es sencillo: para que Nairo gane el Tour, es necesario desgastar al Sky, que trabajen ellos, que salten a por todos. No les hagamos el trabajo. El plan implica a más actores. El negociador se explica con firmeza. BMC está de acuerdo y los franceses están a medio convencer: Pinot y Bardet se odian demasiado como para advertir que tiene otros rivales alrededor.
La suerte es que a nadie le gusta el Sky, su modo de bloquear las carreras. Unzué relaja el gesto. Evalúa la oferta y calcula que no pierde nada. Contador no es rival, pero el caótico Tinkoff podría ser un incordio. Acepta hasta Andorra, ni una etapa más. Luego ya veremos. El entrometido lo parece menos cuando pide otra ronda. Cumplido el primer sorbo, siguen hablando del tiempo.
Puede resultar imposible imaginar un acuerdo entre equipos (tan poco acostumbrados nos tienen), pero también es difícil que la pancarta del último kilómetro caiga sobre un corredor y Adam Yates la vio desmoronarse sobre su osamenta. Igualmente improbable es que un líder de entreguerras se meta en una fuga, llegue en solitario y aumente su ventaja. Van Avermaet lo hizo.
Mañana empieza el Tour y es tiempo de soñar. Si el insomnio lo permite. O, mejor aún, si el insomnio no lo permite.