Froome y Porte. Tras ellos, nada. O poco.

 

De lo decepcionante hemos pasado a lo descorazonador. Ocurre en cada gran carrera. Llega un momento, localizado en alguna parte de la tercera semana, en el que ya no caben los reproches. Cómo criticar a un corredor que cruza la línea meta sin resuello, cómo culparlo de no haber atacado antes y de quedarse después. No es posible. El ciclismo es un deporte táctico mientras existen fuerzas para sujetar la tiza. A continuación se convierte en una prueba de supervivencia. Cada ciclista contra sí mismo.

Los dos únicos combatientes que todavía conservan un punto de lucidez son Froome y Richie Porte. Sólo ellos son capaces de perseguir otros objetivos además del oxígeno. Si el australiano no hubiera perdido 1:45 en la segunda etapa ahora se encontraría por debajo de los tres minutos de diferencia con respecto al líder, y tendríamos emoción. De suspiros semejantes se construyen las terceras semanas: si Contador estuviera en carrera, si Poels fuera libre, si Indurain estuviera en activo…

Agotados los suspiros sólo queda rendirse a Froome y hacer repaso de todos sus encantos: buen chico, aseado, de educación exquisita y proyección de lo que hubiera sido Tintín en caso de haber cambiado el periodismo por la bicicleta. Gran ciclista, además. Sus ataques serían más frecuentes si le dieran motivos, pero no se los dan.

Que me perdone Zakarin, pero hay pocas cosas que generen tanta desilusión como una etapa fallida, como una tarde entregada a una aspiración sin fundamento que nos dejó sin fiesta y sin siesta. Somos unos ingenuos. Pero, ya puestos, nos sacaremos el carnet de iluso, un nuevo año, llegando a París.

Un comentario en «Froome gana a los suspiros»

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