
La pregunta es inevitable: ¿Podrá Froome ganar cinco Tours? O planteado de otro modo más imponente: ¿Podrá equipararse a Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain? Es evidente que le falta el encanto de los anteriores (la clase, el rugido), pero cuesta decir que no lo conseguirá. Cumplidos los 31, su pretensión es disputar la carrera cinco o seis años más, lo que le ofrece suficiente margen de error para igualar el récord y tal vez para superarlo.
Sin embargo, Froome afronta ciertas amenazas, aunque sean leves en estos momentos. La primera podría gestarse en el interior de su propia escudería (Sky es más que un equipo). La continuidad de los éxitos del actual campeón dependerá de las prisas que tenga Sir David Brailsford (mánager y gurú) a la hora de preparar el relevo. Es muy posible que ya tenga elegido al sucesor: Adam Yates (23 años), cuarto clasificado en la edición que acaba de terminar y mejor joven de la carrera, un inglés de pura cepa y no un asimilado de la metrópoli.
Las amenazas exteriores son igual de difusas. Tom Dumoulin (25 años) parece el rival más capacitado para resistir la doble apuesta (crono y montaña), pero al holandés le falta equipo y, seguramente, un punto de cocción. El único corredor que podría evitar el cuarto triunfo de Froome es el mismo que no debería haber permitido el tercero: Nairo Quintana. De la misma edad que Dumoulin, la diferencia entre ambos es que el reloj de Nairo corre más deprisa. Su problema (y el nuestro) es que de la expectación hemos pasado a la impaciencia, y eso pesa como plomo en bolsillos (gran libro de Ander Izagirre). Después de dos segundos puestos (2013 y 2015) se esperaba de Quintana algo más que una tercera posición lograda de modo no beligerante.
Entre los franceses hay luces y sombras. Bardet parece haber llegado a su tope y la prueba es su triste conformismo en la última jornada de montaña. Otro se hubiera lanzado por la catarata del Joux Plane en busca del Tour que nunca tendrá tan cerca. Pinot, por ejemplo, lo habría intentado, aunque lo más probable es que hubiera terminado en el fondo de un valle. El atolondramiento sigue penalizando su enorme clase. Barguil tiene más talento que los anteriores, pero lleva dos años aprendiendo a sufrir; ahora sólo queda que vuelva a ganar. Dicho lo cual, no descarten que el impetuoso Alaphilippe les adelante a todos por la izquierda.
No me olvido de Aru, Landa, Meintjes o el desdichado Mollema, pero creo que antes que esa retahíla de jóvenes prometedores merece paso la vieja guardia. Contador dispondrá el próximo verano de la última bala, arropado por un equipo sensato (prodigiosa novedad). A ningún adversario teme tanto Froome y ninguno le pone en tantos aprietos; al último Tour me remito. Nibali también tiene el coraje suficiente como para repetir un triunfo en el que necesitaría, como en 2014, de un golpe de suerte.
Ante la posibilidad de que a algún lector se le haya hecho la boca agua (la mía es un torrente), sólo tengo un último apunte que hacer. La Vuelta a España empieza el 20 de agosto. Pasado mañana.