Nadal, uno de los nuestros.

 

No voy a decir aquí que Nadal es admirable, no pretendo hacerles perder el tiempo. Personalmente, no encuentro comparación deportiva con la alegría que me han provocado sus triunfos y la decepción que me generan sus derrotas. Supongo que carreras tan prolongadas despiertan una relación casi familiar con los aficionados y tengo por seguro que había una enseñanza vital en su obstinación, en su negativa a darse por vencido hasta en las bolas más endemoniadas, primer paso para doblegar mentalmente a adversarios teóricamente más dotados. Nadal, en sus mejores tiempos, no sólo acumulaba victorias espléndidas; escribía libros de autoayuda.

Rafa nunca fue, como Indurain, un constructor de éxitos apacibles. Al contrario: te conducía hasta el límite de la fe. Todavía conserva eso. En cuanto reniegas, Nadal gana un punto extraordinario o remonta un juego perdido. En cuanto dejas de mirar, porque te rindes, Nadal te reclama para que veas, te grita a ti.

La diferencia es que lo que antes duraba un torneo, y una temporada entera (o varias), ahora alcanza para campeonatos sin grandes espinas. Hay quien asegura que es el desgaste natural de un tenista de 30 años que siempre jugó muy exigido físicamente y el argumento resulta de una lógica aplastante.

Sin embargo, tengo para mí que el bajón de Nadal se localiza en su cabeza antes que en sus piernas. Por causa que no conozco (las lesiones aportan un razonamiento demasiado pobre), Nadal sufrió una pérdida de confianza de la que no se ha recuperado todavía. La edad podría explicar que sus piernas corrieran menos, pero no justifica que también lo hagan sus golpes.

Sin confianza, Nadal ha ganado este año en Montecarlo y en el doble olímpico, lo que indica el tamaño de su voluntad. También sugiere, referidos a los Juegos, una elección más selectiva (y más realista) de los objetivos. Si Rafa estuviera viejo, cansado o dolorido no se habría apuntado al individual, al doble y al doble mixto (al que finalmente renunció). Lo hizo, parece evidente, para multiplicar sus opciones de medalla. Una apuesta que, en el fondo, descubre tanta ambición como inseguridad. Exponer lo anterior no resta valor al empeño de Nadal. Que un tenista con catorce Grand Slam conceda tanta relevancia a unos Juegos es encomiable, como también lo es su forma de celebrar y de emocionarse.

Ojalá lo que se vislumbra como una puesta de sol no anuncie otra cosa que la enésima resurrección de Nadal. Ojalá una medalla de bronce nos pegue en los dientes por abrir tanto la boca. Y quede claro, para terminar, que no sólo suspiramos por Rafa, sino por nosotros mismos. Ojalá fuéramos como hace diez años. Como hace cinco, como hace dos.

5 comentarios en «Rafa te mira a ti»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *