Atención: Nairo muerde.
Atención: Nairo muerde.

 

Sucedió durante una charla que pretendía ser deportiva. Preguntado sin más preámbulo por su raza, Nairo Quintana miró a su interlocutor, forzó una media sonrisa y respondió: “Bulldog”. Es obvio que Nairo consideró inapropiada la pregunta, pero hasta ahí llegó su enfado, ni un comentario más, prosigamos la conversación.

En ese primer y único encuentro con Nairo me sorprendió su aplomo. Lo imaginaba tímido, e incluso huidizo, pero lo encontré prudente y sereno, con un fino sentido del humor que no practica ante extraños, como si fuera consciente de su responsabilidad “institucional”: líder de uno de los mejores y más caros equipos del pelotón internacional, además  de embajador plenipotenciario de Colombia.

Entendí, sin mucho esfuerzo, que Movistar/Unzué no sólo se sintió fascinado por sus piernas, pulsaciones y vatios. Es la combinación de sus facultades físicas con sus facultades mentales (liderazgo, inteligencia en carrera, sentido del deber) lo que convierte a Nairo en un prototipo de campeón sin techo conocido.

No es frecuente, a pesar de semejante prodigio, que un equipo proteja a un corredor con tanto mimo y admiración como demuestra el Movistar con Quintana. No recuerdo actitud parecida con Valverde, ni la he visto en ninguno de los equipos de Contador. Quién sabe si a todas sus virtudes, Nairo no añadirá la que más valoran ciertos directores, en el ciclismo en particular y en la empresa en general: la obediencia.

Su formidable victoria en los Lagos no ha hecho otra cosa que despejar las dudas generadas en el pasado Tour, tercer podio con 26 años. Nairo sigue opositando a rey del ciclismo mundial y tan cierto es eso como que la corona está enroscada en la cabeza de Froome, al que sólo aventajó, no lo perdamos de vista, en 25 segundos, uno menos de los que entregó Valverde. Acabaremos por pensar que el mundo está lleno de prodigios. O de bulldogs.

 

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