No se conoce club en el mundo al que le sobren más minutos de partido. No hay otro capaz de convertir en común lo extraordinario. Nadie está precedido por una fama tan merecida y no hay estadio donde se genere semejante excitación en los últimos momentos. Los rivales, por bien que lo hagan, conocen su destino trágico. Lo sabía Rui Patricio cuando Cristiano se abrió de jarras antes de golpear el balón, minuto 88. Será gol. Lo sabía todo el Sporting en el último arreón del Real Madrid, minuto 94. Será gol. Y también lo fue.
El fenómeno debería ser estudiado por un competente equipo de parasicólogos y mentalistas. También sería interesante incluir a un sacerdote vaticano en el grupo de expertos porque en esta historia hay mucho de fe que mueve montañas. Es tanta la energía que flota sobre el césped, y tan espesa, que se podría capturar con una polaroid. Lo difícil sería reconocer luego a tantos fantasmas.
El drama sobrevendrá la noche en que el Madrid no consiga remontar, pero ese momento no parece cercano. Quizá ocurra cuando todos los cronistas del mundo se pongan de acuerdo para escribir durante el partido lo que no sucede, pero sucederá. Cuando todos den por hecho la victoria del equipo que pierde, negando lo que ven sus ojos y escupiendo a la cara del destino. Tal vez, en ese caso, el Madrid sólo consiga empatar.
Ese Charlton cantando ahí a grito pelao’.
Qué bien escribes Juanmi.