Dos hechos ajenos al fútbol decidieron el empate entre el Real Madrid y el Eibar. El primero fue una invocación demoniaca. La hizo Danilo al asegurar que el Eibar pagaría los platos rotos del empate contra el Borussia Dortmund. Aquella frase, pronunciada como una sentencia firme y no como un deseo, anuló de inmediato las posibilidades de una victoria madridista. Ni siquiera a los negacionistas de lo sobrenatural se les ocurre convocar a Satanás delante de un espejo y a la luz de una vela.
El otro factor determinante tampoco admite explicaciones científicas. Hablamos de la baza que reserva la vida a los amantes rechazados. El fútbol es estrictamente cumplidor en este aspecto. Tenía que llegar el día en que Pedro León hiciera exhibición de sus condiciones en el Bernabéu, y vestido de azulgrana para más escarnio. Pases, recortes, tiros; un sinfín de movimientos ejecutados con la elegancia de los que no jadean.
No hacen falta más lecturas. En comparación con fuerzas tan poderosas, las ausencias de Modric y Casemiro deben considerarse un elemento secundario. Tampoco es determinante que el Eibar sea un equipo bien entrenado y equilibrado al milímetro. Lo anterior importaría en un partido sin espíritus donde el balón pudiera circular con libertad. Pero no fue el caso.