El Norte y el gato. Sin nosotros.
El Norte y el gato. Sin nosotros.

 

El Bar Norte lo tenía todo: una máquina de marcianitos y un rincón patrocinado por Schweppes, algo así como un reservado que era cedido amablemente a quien entraba en predispuesta compañía. El Bar Norte disponía de un baño turco donde se meaba como mirando al océano y, en ocasiones, sobre el océano mismo. El Bar Norte tenía capacidad para un fin de semana entero y una juventud a trozos. Allí aprendí todo lo que sé sobre submarinos y batiscafos, sobre penúltimos y últimos que serán los primeros. Siempre pensé que había demasiados espejos hasta que entendí que eran retrovisores. El Bar Norte tenía, entre sus infinitas ventajas, una fundamental: podía regresar a mi casa rodando y juraría que más de una noche hice diana.

En el Bar Norte me rompieron la nariz y el corazón, pero en cada caso volví con los remiendos correspondientes. Entre sus cuatro paredes (no más) me bebí mi primera cerveza y buena parte de las siguientes. Compartir el mini era una forma de hermandad y un desafío permanente a las enfermedades contagiosas. Aún recuerdo la galantería con la que el grupo recibía a las novias debutantes, los guiños y el parapeto, el uno para todos y el todos para una. Jugábamos en casa y dormíamos fuera.

El Bar Norte existe todavía y es un crimen contra la nostalgia que no hayamos organizado una colecta para reflotarlo o para abrirlo en fiestas. No sólo nos hemos abandonado a nosotros mismos. Hemos desatendido a la chica de Schweppes y a todos los jóvenes que se habrán bebido caliente su primera cerveza. Porque si algo se servía en El Norte más ordenadamente que los minis eran los relevos generacionales.

Cada vez que paso por allí, y no paso demasiado, imagino cuánto daría por entrar y por que al encender las luces se iluminara todo tal y como era, Antonio detrás de la barra, los amigos en la misma esquina y el océano entero para mear.

2 comentarios en «El Bar Norte»
  1. Gran relato corto (que no artículo) Juanma. Todos tenemos un Bar Norte en alguna parte. Y, desgraciadamente, a todos esos bares les ocurre lo mismo. Reciba un fuerte abrazo, maestro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *