Todas las bufandas existen. Pregunten y verán.
Todas las bufandas existen. Pregunten y verán.

 

Primer partido de fútbol para una niña de seis años. Primera visita al estadio Bernabéu y aproximación a pie. Las pulsaciones de la pequeña son las de Indurain en reposo. Las de su padre se disparan. La irreverencia inicial es leve: se come el bocadillo antes de llegar al campo. Acto seguido, sobreviene la que será la gran sorpresa de la noche: la fila de autobuses. Nada superará esa visión. Autobuses y autobuses y, entre ellos, asómbrense, un minubús. Ni el gentío ni la visión del césped reflectante igualarán ese impacto brutal. Tampoco los goles.

Instalados en la grada, se suceden las preguntas impertinentes.

—¿Va a salir Torres?

—No, cariño, es del Atleti.

—¿Los de rosa son del Madrid?

—No, de la Cultural Leonesa.

El Real Madrid marca en el primer minuto pero la distracción ya es absoluta y altamente contagiosa.

—¿Por qué están animando al Atleti?

—No, cariño. Están gritando “Ale Real Madrid, ale Real Madrid, ale”.

—¡Aleti, Aleti, Aleti…!

—Cállate, mi amor.

—(ahora en voz más baja)… aunque gane o aunque pierda el Aleti es una mierda…

—Se dice miércoles.

La princesita se abraza ahora a mi brazo izquierdo en lo que interpreto como un maravilloso acto de amor. Se dirige a mi reloj.

—Siri, ¿cuántos años tienes?

—…

—Siri, ¿me cantas el himno del Real Madrid?

—…

—No Siri, así no es.

En lugar de ignorar el juego infantil, tal y como correspondería a un adulto de mi posición, me asomo para leer la respuesta del robot: “La cucaracha, la cucharacha, ya no puede caminar”. Sin duda, es una noche repleta de prodigios.

Sobre el césped, el partido sólo se acelera cuando el balón pasa por los pies de Carvajal o cuando llega a los alrededores de Mariano. Da la impresión de que ellos tienen más razones que el resto. Odegaard es un chico escurridizo y con clase; el problema es que no se le adivinan instintos criminales. Asensio tiene una mirada distinta y un aplomo diferente; en este caso el pelo negro significa algo, pero ignoro qué. James le pone interés, aunque resulta algo impostado; le molesta jugar y le molestaría no hacerlo. Si no le silban después de perder dos balones en el mediocampo es gracias a Siri. Debería cambiar algo, empezando por la talla del pantalón. Al rato marca de cabeza.

Para Casemiro es un partido benéfico. El señor Lobo no tiene sesos que limpiar. Es obvio que se cuida las piernas para el Camp Nou.

—Tengo sed, quiero glub-glub.

 

En la segunda parte, Enzo Zidane entra en lugar de Siri. Los focos le apuntan mientras la pequeña no para de producir preguntas incontestables para un padre no licenciado en física termonuclear. La planta de Júnior es imponente, también su elegancia natural. La genética ha hecho un buen trabajo y el chico lo sabe. Hace una roulette. Dibuja un taconazo y para completar el repertorio marca un gol, no diré que espléndido, a no ser que el engaño al portero haya sido tan delicado que nadie más lo haya percibido.

Mariano sigue a lo suyo y es fácil pronosticar que hará carrera como delantero, algo más dudoso es que lo consiga en el Real Madrid. El sexto gol es en propia puerta y la megafonía lo celebra como si fuera uno más. No pretendo que se pinche a Pau Casals cada vez que el equipo rival marque en su portería, pero en estas situaciones resultaría de buen gusto silenciar el equipo estereofónico.

Termina el partido. Sin embargo, lo mejor está por llegar. O por volver. La fila eterna de autobuses y, en mitad de todos, un minibús.

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