El análisis estará equivocado si decimos que el Real Madrid se quedó a un gol de las semifinales. Le faltó mucho más que eso. En primer lugar, le faltó el fútbol necesario para generar el número oportuno de ocasiones de gol. Al mismo tiempo, careció del fuego y del carácter que exigía la remontada y la pasión del Celta. Por último, y metido en los últimos minutos, no tuvo siquiera el coraje de convertir el fracaso en algo heroico. No hubo agonía suficiente, ni camisetas desgarradas. El Madrid salió de Balaídos con el mismo peinado y la misma cautela con la que entró, como si tuviera todo el tiempo del mundo, como si la vuelta fuera la ida y remangarse estuviera mal visto.
Cuesta reconocer a un Real Madrid tan frío y tan poco afectado, al menos gestualmente, por la eliminación. Las bajas no sirven de excusa. Al contrario, diría. Presentan una foto sin escondite para las estrellas. Un Balón de Oro debe demostrar que lo es en una noche semejante. Lo mismo vale para la poética de Benzema y para el presunto liderazgo de Kroos, que no pareció ni alemán ni exjugador del Bayern. No excluyo a Isco o Kovacic del reproche. Es en estas citas donde se demuestran las capacidades y se denuncian las injusticias.
Con Danilo no me meto. Preferiría que fuera un agente doble antes que un futbolista desgraciado. El Celta ya había llegado demasiado lejos antes de que él empujara la pelota. Fue la inacción general, antes y después, lo que resulta incomprensible. Tal vez alguien en el club debería replantearse la tabla salarial al comprobar cuánto pesan futbolistas como Carvajal, Marcelo o Modric. Alguien debería dejar medir el talento en goles.
Para el Celta, por mi parte, queda un saludo de mosquetero con sombrero de pluma y genuflexión. El fútbol le debe una Copa y esta le está mirando a los ojos.