Denzel contra Viola. Campeón y spárring.
Denzel contra Viola. Campeón y spárring.

 

No miente el cartel de Fences: presenta la película como un combate de boxeo, Denzel contra Viola. El duelo interpretativo es el reclamo principal y desde ese punto de vista no defrauda, muy al contrario. Hasta diría que el visionado se puede canjear por créditos en la Escuela de Cristina Rota. Sin embargo, cuando coinciden en escena tan grandes actores siempre se corre el mismo riesgo: que la trama esté al servicio de los intérpretes y no al revés. Tal cosa genera una espesura dramática que se resulta gloriosa por momentos y pesadísima el resto del tiempo, y no es poco el tiempo del que hablo (139 minutos).

Ya desde el inicio tenemos la sensación de que estamos más cerca del puro teatro que del puro cine; sobra el entorno, nos bastaría con una silla y una mesa. La principal aportación del Denzel Washington director a la obra homónina de August Wilson es la infinidad de registros que ofrece a cualquier personaje el Denzel Washington actor. En Fences despliega el catálogo entero, desde su adorable sonrisa hasta su rictus más perverso. Las vallas (“fences”) que jalonan el relato darían para un sesudo análisis psicoanalítico si no fuera porque Denzel termina por devorar los postes y las traviesas.

Es muy probable que el Oscar sea suyo. Frente a interpretación contenida de Casey Affleck, Denzel Washington exhibe, casi lujuriosamente, su condición de peso pesado. Se nota mucho que el director le quiere.

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