Modesta idea para alargar los partidos.
Modesta idea para alargar los partidos.

 

El Valencia ganó el partido en ocho minutos, el mismo tiempo que empleó el Real Madrid en perderlo. Ya estoy mintiendo. El Valencia ganó el partido en cuatro minutos, cuatro, el mismo tiempo que empleó el Real Madrid en perderlo. Fue en el tramo del 4’ al 8’ cuando se decidió el combate. Los cientos de puñetazos que se repartieron después provocaron magulladuras, ahogos y calambres, pero alteraron mínimamente el marcador. No fue, por tanto, un mal inicio lo que condenó al equipo de Zidane. Fue un huracán repentino, la violenta corriente que se forma entre dos puertas abiertas. No le encuentro más sentido. Tampoco lo tuvo el gol de Zaza, consecuencia, asómbrense, de un mal control. Recibió en el área, se le fue la pelota, y antes de que le llamáramos “paquete”, se giró para chutar a la escuadra de nuestra boca.

Entiendo que el Madrid no le concedió mayor importancia porque no cerró las puertas. Así que el viento condujo un nuevo contragolpe y Orellana marcó el segundo. En este caso lo más llamativo fue la transparencia de Keylor. Hablamos mucho de las rachas de los delanteros, pero las de los porteros son igualmente desconcertantes y mucho más crueles. Los arietes pierden el olfato y con eso se puede vivir; los guardametas pierden las alas y así no se puede volar.

El Real Madrid hizo todo lo que se pide para empatar y no empató. El Valencia se defendió como indicaba el manual y se llevó los tres puntos. No hubo dejación de funciones, quiero decir. Son cosas que pasan, especialmente en el Pizjuán o en Mestalla. Victorias trabajadas que significan mucho y derrotas estadísticas que no significan nada, salvo que alguien se proponga lo contrario y siempre hay uno que insiste.

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