España celebra el primer gol. Foto: RFEF.
España celebra el primer gol. Foto: RFEF.

 

España fue España, la de los últimos nueve años con ciertas interrupciones que son cicatrices que nos aportan carácter. La Selección jugó con el estilo que impusieron aquellos bajitos ilustres, algunos de los cuales todavía resisten y dictan cátedra o marcan gol. La fórmula es conocida: toque y elaboración, ayudas constantes y la portería como un destino irremediable, pero no primordial.

Debe ser terrible jugar contra un equipo así. Es muy posible que, después de correr durante tanto tiempo detrás de la pelota, el rival olvide el motivo de la persecución y comience a pensar en sus cosas, en regar los geranios o en cambiar el aceite al Porsche. En el fondo, eso es domesticar. Conseguir que el león sueñe con ratones y deje de imaginar antílopes y exploradores.

No pareció tan fiera Israel, pero tal vez tenga virtudes que nos pasaron inadvertidas. Marcó un gol y disfrutó de varias ocasiones, lo que es un mérito considerable para un equipo que apenas tuvo el balón. Zahavi ejerció el papel de estrella de un universo menor y nos confirmó que en el fútbol chino sobra el dinero: el Guangzhou le paga doce millones de euros por dos temporadas y un bonus de 20.000 dólares por gol.

No había pegas para el juego de España, de no ser por las dificultades de Diego Costa para combinar con ese fútbol de rondalla y seducción. Al delantero del Chelsea le distrae tanta retórica y al final ya no sabe si ofrecerse o apartarse para no estorbar.

El resto de sus compañeros se lo pasó en grande. Hacía mucho tiempo que Jordi Alba no era el lateral profundo e incisivo que le hizo determinante en los triunfos de la Selección y el Barça. Suyo fue el pase interior que propició el gol de David Silva, adornado con un control sutil y un disparo fulminante. El segundo tanto cayó como una ducha escocesa sobre el ánimo de los israelís. Vitolo marcó con la colaboración del portero (Marciano), que pareció no tener dedos dentro de los guantes.

De vuelta del descanso, Diego Costa consiguió de cabeza un gol que renueva la esperanza hasta el próximo rondo. Israel sintió que todo lo malo que le estaba ocurriendo podía ser peor y la goleada escandalosa se convirtió en una posibilidad cierta. Isco hizo el cuarto y si no hubo más goles es porque los palos lo impidieron, pero importa poco porque la mala suerte expende bonos canjeables para mejor ocasión (quiero creer).

Hay razones para soñar. De momento con Francia, el próximo martes. Después con Italia y más tarde con Rusia. Vayamos por partes, pero vayamos.

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