Marcelo, exultante de alegría y satisfacción, tras marcar y culminar la remontada.
Marcelo, exultante de alegría y satisfacción juvenil, tras marcar y culminar la remontada.

 

Disiento de cualquier comentario que aluda al exceso de confianza o a la distracción. No fue eso. Durante 82 minutos, el Real Madrid se interesó por el partido e hizo cuanto pudo ganarlo. Lo hizo, eso sí, con poco fútbol y bastante angustia, como si fuera consciente de la proximidad del mordisco del Valencia y de sus efectos ruinosos sobre el campeonato. Ni el gol de Cristiano aportó la menor tranquilidad.

Otra explicación, y cabe dentro de la anterior, es que tanto el Real Madrid como el Bernabéu reconocieron al Valencia como un igual desde el primer minuto (tiro al poste de Santi Mina) a pesar de su disfraz de andrajoso. La percepción de que el partido sería complicado abrumó al anfitrión y se puede entender perfectamente: la tarde lluviosa y destemplada de Madrid era más indicada para perderse debajo de una manta en compañía favorable que para luchar a brazo partido contra la inmensidad de Mangala.

A falta de otras virtudes, el partido planteó una incertidumbre que se parece mucho a la emoción, aunque se sirva sin alcohol. En ese estado de menor aceleración pudimos disfrutar de las extraordinarias condiciones de Carlos Soler, 20 años y con tiempo por delante para convertirse en uno de los mejores centrocampistas del mundo. Qué diferente su energía en comparación con la desesperante languidez de Parejo.

En esas cavilaciones andábamos algunos cuando Carvajal, en una de sus tantas subidas, centró justo como se debe, con el punto preciso de rosca, fuerza y dirección. Cristiano marcó de soberbio testarazo y de inmediato se reivindicó a sí mismo con gestos inequívocos, aquí estoy yo, por si se habían olvidado. Y ahora, abrácenme, muchachos, pero sin despeinar. Para la crónica que no se escribirá nunca quedará un Cristiano que, esquivando a los compañeros que le salían al paso, corrió hacia Carvajal para reconocerle el mérito y alzarle en andas.

Alves detuvo su penalti de cada día y el gol de Parejo fue la merecida respuesta a los difamadores. Su golpeo nos pareció sublime hasta que miramos el reloj. Minuto 82, tan pronto. Es fácil decirlo con los calcetines secos, pero el Valencia debió marcar en el 89 o preferiblemente en el 92. Es bien sabido, y está cerca de incluirse en las reglas del juego, que en la franja que va del 80 al 94 el Real Madrid ha fijado el territorio de sus remontadas. Cualquier sopapo que se registre en ese intervalo tiene contestación. Y la tuvo.

La reacción fue tan rápida que estoy por afirmar que, en estos casos, una bocina inaudible para el oído no entrenado hace vibrar los tímpanos de los madridistas. Si conocen al Hulk verdoso les ahorraré la mutación de Marcelo. Si han visto Sonrisas y lágrimas me evitaré la descripción de la felicidad final sobre tapete verde. Juraría, por cierto, que el Madrid ha ganado la Liga, pero también puede ser la alergia.

Un comentario en «Monstruos S.A.»

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