Los ciclistas se siguen dopando porque no creen que estén haciendo nada malo. Estoy convencido de que por su mente no pasa el hecho de estar jugando sucio, o delinquiendo, o poniendo en riesgo su deporte. Es más, apuesto a que ni siquiera piensan que se estén dopando. Para ellos, doping, esa palabra, es una simpleza, una antigualla a la que recurren los periodistas inquisitoriales, los científicos de bata blanca y los burócratas de la WADA. Los que no saben nada. Los que no se han montado jamás una bicicleta, los que no han mirado su rostro en un espejo y, después de tres semanas, han pasado la mano por el perfil de su calavera.
Tratamiento de recuperación. Plan de resistencia. Esos conceptos sí son reales, tanto como la calavera. Además, ¿a quién haría usted caso, a su médico o a un guardia municipal? La salud es el elemento fundamental de esta trama. La salud es la excusa en un deporte profesional obviamente insano, no hay más que ver el aspecto de los corredores que terminan una gran carrera. La salud es la que concede autoridad a los médicos y se la niega a la policía.
El ciclista que se dopa lo hace para igualarse, no para tomar ventaja. Ahí está el drama, en el todos iguales. El ciclismo no es un deporte de pícaros, como piensan algunos. Ni de yonquis. La adicción no es el triunfo, ni el dinero; es la bicicleta y, en consecuencia, el sufrimiento. Por eso volvió Armstrong a la escena del crimen y por eso mismo hay quien alarga su carrera más allá de lo razonable. El ciclista es un experto en límites y los explora constantemente, asumiendo todos y cada uno de los riesgos que entrañan. El dolor, el agotamiento, la caída o el positivo. La tumba abierta es una descripción antes que una metáfora.
Si el contraanálisis no lo impide (y no suele hacerlo), Samuel Sánchez dará por finalizada su carrera profesional a los 39 años con una mancha innecesaria. Quien piense que ha sido víctima de la ambición se equivoca; ha sido víctima de la adicción a la bicicleta, de las ganas de seguir sufriendo. Los que más se indignan ahora son los que olvidarán más rápido quién fue Samuel Sánchez. Los que le recordarán como ciclista terminarán por traspapelar este momento y el propio ciclismo le concederá el indulto definitivo, tal y como se lo ha concedido a Virenque o Jalabert, ahora reconocidos comentaristas del Tour.
Y volveremos a la casilla de salida. Nosotros hablaremos de limpieza, de heroísmo, de salvación y de dóping, y los ciclistas sólo escucharán a los médicos.
El autor debería leer artículos científicos y textos serios sobre el tema, que existen. Pontificar así sin fundamento, muy pobre.
Samuel es la víctima, anda pues vale, claro que sí. Éste podría ser el primer post de una serie que incluya: ¿Por qué roban los políticos? ¿Por qué defraudan los futbolistas? Todos víctimas de esta sociedad claro…
Me arriesgo a ser malinterpretado y tomado por defensor del doping,pero lo diré igualmente: Supermán tiene superpoderes,pero no son el fruto de un sacrificio diario durante media vida- la mejor,quizá:infancia,adolescencia…- sino un capricho de la naturaleza que no le costó nada.
Quien sube un puerto de 18-20 km con plato grande, y llegado a la cima clava la vista en el punto más distante mientras piensa » si quisiera,antes de que caiga el sol estaría ahí «,tiene superpoderes.Y no han sido gratis.¿Se puede renunciar a eso por las buenas?
Por otro lado,distingamos entre pecado y pecador: Ánimo,Samu.