Asensio, en un momento del partido contra el Valencia.

El partido del Bernabéu compensa por cien malos partidos. Qué divertido si te abstraes de tus colores. Y qué divertido si no consigues abstraerte. El buen fútbol no es aquel que minimiza los errores defensivos, como todavía predican algunos puristas de triste semblante, sino el que hace prevalecer las maniobras ofensivas. La delicia del fútbol es el intercambio de golpes, la ambición compartida, la ausencia de miedo. De todo hubo. Y por si lo anterior no fuera suficiente, un futbolista sobrevoló la gran noche formando un vendaval de helicóptero: Marco Asensio. Los dos goles que marcó son una anécdota en comparación con su influencia en el juego y su liderazgo sobre el equipo. En un verano ha pasado de promesa a estrella mundial. Es normal que Bale se sienta algo aturdido. Han pasado cuatro años y sigue intentando arrancar su moto.

No entraré en las ausencias del Real Madrid ni haré recuento de los penaltis por pitar. Ya somos mayorcitos para perder el tiempo en cuestiones infantiles. Diré, eso sí, que el Valencia fue cómplice necesario del espectáculo y que la transformación obrada por Marcelino merece una medalla, estatuilla o ninot indultado. Hay tipos que casi siempre tienen razón. Pocos equipos han pasado en las últimas temporadas por el Bernabéu con semejante empaque. Y aunque el trabajo fue maravillosamente coral, quisiera destacar a Carlos Soler, un centrocampista de 20 años que, a su estilo, no anda muy lejos de Asensio o Saúl Ñíguez.

Con el Madrid no pienso hacer sangre. Benzema estaba reñido con las musas, cosas que pasan, la típica pelea de verano. Bale meditaba sobre el paso del tiempo y Zidane equivocó el cambio del mediotiempo. En lugar de retirar al galés, dejó sentado a Isco. La entrada de Kovacic ayudó poco. El chico es un entusiasta y entrega los balones como los relevistas el testigo, después de extraordinarias carreras. Sin embargo, cuando hay que reflexionar se trastabilla. Y el partido se puso para pensarlo bien.

Con todo, el empuje del Madrid estuvo cerca de doblar las manos de Neto, un portero con reflejos y guantes blandos. Igual de cerca estuvo el Valencia de poner la puntilla al contragolpe. Tampoco culpabilicemos en este caso a Zaza; su pelea con Casemiro fue lo más similar que hemos visto al Mayweather-McGregor y no le podemos exigir, además de la supervivencia, frescura mental.

Fue un gran partido y acabó como terminan los partidos grandes: con empate a goles, como poco cuatro, con remates a los palos y con un sabor de boca tan dulce que invita a cepillarse los dientes sin Colgate.

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