Hasta hace pocas horas circulaba un chiste malvado entre el beticismo. Un bético se iba a Madrid a comprarse una camiseta de Ceballos y se volvía con un peto. La broma pereció de muerte natural en Mendizorroza. O no tan natural. Que Ceballos le haga dos goles al Alavés cabe dentro de lo posible porque el muchacho tiene talento para embotellar y en Vitoria hacía sol de Sevilla en abril. Lo que no es tan normal es que un entrenador a siete puntos del Barcelona convierta en titular al chico que nunca lo ha sido. Eso mismo hizo Zidane. Ajeno al nerviosismo de los alrededores, el técnico se dejó en el banquillo a Modric y Bale. Nada menos. De haber fallado en sus cálculos, esa decisión sería el látigo con el que sería azotado durante una semana, quizá varias.

Sin embargo, y por fortuna, Zidane nos ignora. Cuando pataleamos, sonríe. Y cuando nos doblamos a carcajadas, él sigue sonriendo. Sereno, con la condescendencia que los adultos dedicamos a los niños. Tan alejado de nosotros como de su pasado. Como si el cabezazo a Materazzi se lo hubiera dado un primo lejano. Como si los últimos años de su carrera los hubiera jugado en FC Katmandú entrenado por los lamas.

El caso es que Zidane volvió a tener razón. Ceballos resultó decisivo y el doblete le repondrá la confianza perdida después de muchos partidos en la reserva. Y además ganó el Madrid, que era lo importante para disipar las dudas. Con sufrimiento, hay que admitirlo. El Alavés (Pedraza) estrelló dos balones en los palos que hubieran sido el desvío hacia otros mundos. Pero no es grave: siempre hay carreteras secundarias. Lo relevante, en este caso, es que los goles que dejó de marcar el Madrid fueron muchos más que los que se perdió el anfitrión.

Tampoco conviene anular los méritos del Alavés, su encomiable esfuerzo por la supervivencia. No es lo mismo caer pensando en puntuar que hacerlo imaginando la cena de por la noche y el baile de después.

Quedará como la tarde de Ceballos, pero quien repase el partido observará que también perteneció a Isco. A sus controles y a sus pases, a su absoluta felicidad con el balón en los pies. Hay genios que sólo se expresan en libertad y la pregunta es cuánta libertad puede permitirse un Real Madrid lleno de genios. Quién sabe. Decimos que al Madrid le marcan fácil, que se distrae, que parece empachado, que Cristiano no araña. Sin embargo, el equipo vuelve a ganar. Y Zidane sonríe.