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El Tour del ausente presente

Que viene, que viene.

Dense prisa, porque el año que viene correrá Tom Dumoulin. Ese debería ser el consejo para todos los candidatos al Tour que está a punto de comenzar. Caballeros, en la próxima edición todos ustedes bajarán un puesto. La proyección, creo que poco discutible, compromete especialmente a los favoritos de primer rango, Chris Froome y Nairo Quintana. Pero tampoco resulta estimulante para la segunda línea de aspirantes, al podio o a la gloria, de Porte a Contador.

Froome y los cinco Tours: la leyenda está más cerca

Froome, camino de la leyenda.

 

La pregunta es inevitable: ¿Podrá Froome ganar cinco Tours? O planteado de otro modo más imponente: ¿Podrá equipararse a Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain? Es evidente que le falta el encanto de los anteriores (la clase, el rugido), pero cuesta decir que no lo conseguirá. Cumplidos los 31, su pretensión es disputar la carrera cinco o seis años más, lo que le ofrece suficiente margen de error para igualar el récord y tal vez para superarlo.

Sin embargo, Froome afronta ciertas amenazas, aunque sean leves en estos momentos. La primera podría gestarse en el interior de su propia escudería (Sky es más que un equipo). La continuidad de los éxitos del actual campeón dependerá de las prisas que tenga Sir David Brailsford (mánager y gurú) a la hora de preparar el relevo. Es muy posible que ya tenga elegido al sucesor: Adam Yates (23 años), cuarto clasificado en la edición que acaba de terminar y mejor joven de la carrera, un inglés de pura cepa y no un asimilado de la metrópoli.

Jon Izagirre, nuevos tiempos

Jon Izagirre, único triunfo español en un Tour de otros. AFP

Jon Izagirre, único triunfo español en un Tour de otros.

 

El futuro que se aproxima será así en los años buenos. De tanto en cuanto un español ganará una etapa del Tour y habrá que celebrarlo como un gran éxito. Hablaremos de “notable actuación colectiva” si además colocamos a un par de compatriotas entre los diez primeros y subiremos la nota si a todo ello conseguimos añadir la clasificación por equipos. Los podios serán preocupación de otros (británicos, holandeses, franceses) y a su disputa asistiremos con menos pasión pero con parecido entusiasmo. Cualquier aficionado que se precie tiene tantos pasaportes como Jason Bourne.

Los más viejos y los muy jóvenes se adaptarán mejor a la nueva época: unos por tener memoria y otros por carecer de ella. Será más difícil para aquellos que sólo han conocido el éxito, cuatro ganadores en los últimos once años y, desde entonces, sólo cuatro podios sin presencia española. Bien, pues se terminaron las rosas y se nos acabó el vino. Salvo que Mikel Landa incorpore algunos cambios en su vida (entre otros el cambio de equipo) no hay razones para imaginar veranos como aquellos.

No se vayan todavía: último round bajo la lluvia

Froome, maltrecho. Cómo estarán los demás.

Solemos considerar, no sin cierta crueldad, que una de las condiciones fundamentales de los campeones es que no se caen. Y no es cierto. Lo que distingue la baraka de un campeón frente a la famélica fortuna de otros ciclistas es que cuando se caen no se hacen daño, o no demasiado. Todo campeón de largo recorrido tiene un padrino en los barrios altos.

Repasen conmigo, si piensan que exagero. Tom Dumoulin se cayó y se rompió la muñeca; Pierre Rolland se cayó cuando marchaba en la fuga y el aturdimiento le duró varios minutos (perdió siete en meta); Dani Navarro se cayó en el grupo de cabeza y de sus múltiples heridas físicas y morales todavía no teníamos noticia al cierre de esta edición (obsérvese el humor negro).

Amarillo reventón

Tour: cuando el amarillo no es gafe.

Tour: cuando el amarillo no es gafe.

 

No hay color. O sólo hay uno: amarillo. Pocos Tours tan plácidos para un vencedor como el tercero que ganará Froome. Sin ataques y sin amenazas, salvo que quien tira los dados me quiera llevar la contraria en los dos próximos días. Y sin Contador, al que se echa de menos. Nadie podrá negarle estos últimos años su papel de fiel oposición, su obstinada resistencia. Esa baza la ganó gratis Froome cuando quien tira los dados decidió tirar también a Alberto.

Que el líder se impusiera a Tom Dumoulin en la cronoescalada tiene algo de simbólico: hay relevo, aunque todavía falta un verano, dos a lo sumo. A Indurain le cuesta admitir el parecido del holandés con su yo ciclista, pero la evidencia no se puede negar: planta de galán, estupendo contrarrelojista, notable escalador y corazón de tres semanas. Sólo queda hacer inventario del mobiliario de su cabeza.

El futuro nos distrae del presente y evita nuevos lamentos. No crean que el recorrido de esta edición estaba pensado para Froome. Si algo caracteriza a los campeones es que hacen suyos los trazados que parecían para otros, igual que los golfistas ilustres firman los campos donde retoza la ancianidad pudiente.

Cierto es que en el pasado las cronoescaladas eran jornadas de vértigo. La primera se disputó en 1958 en el Mont Ventoux, con victoria de Charly Gaul sobre Bahamontes por 31 segundos. Años después se suspendieron para no perjudicar a Anquetil y tiempo más tarde, tras haberse recuperado, se volvieron a suspender para no favorecer a Merckx.

Dieciocho cronoescaladas desde el Ventoux hasta ahora (sobre un total de 207 cronos) son escaso consuelo para los que miramos de reojo a esta diabólica especialidad inaugurada en 1934 (¡90 kilómetros!) y que glorifica el esfuerzo sociópata. Mejor la compañía, incluso la multitudinaria. Con organización, naturalmente.

 

Froome gana a los suspiros

Froome y Porte. Tras ellos, nada. O poco.

 

De lo decepcionante hemos pasado a lo descorazonador. Ocurre en cada gran carrera. Llega un momento, localizado en alguna parte de la tercera semana, en el que ya no caben los reproches. Cómo criticar a un corredor que cruza la línea meta sin resuello, cómo culparlo de no haber atacado antes y de quedarse después. No es posible. El ciclismo es un deporte táctico mientras existen fuerzas para sujetar la tiza. A continuación se convierte en una prueba de supervivencia. Cada ciclista contra sí mismo.

Los dos únicos combatientes que todavía conservan un punto de lucidez son Froome y Richie Porte. Sólo ellos son capaces de perseguir otros objetivos además del oxígeno. Si el australiano no hubiera perdido 1:45 en la segunda etapa ahora se encontraría por debajo de los tres minutos de diferencia con respecto al líder, y tendríamos emoción. De suspiros semejantes se construyen las terceras semanas: si Contador estuviera en carrera, si Poels fuera libre, si Indurain estuviera en activo…

Viva la clase media

Martin y Alaphilippe. Dos cabalgan juntos.

Martin y Alaphilippe. Dos cabalgan juntos.

 

Sin actividad entre los aspirantes, hay que felicitarse por la actitud de la clase media. Camino de Berna asistimos a un prodigioso gesto de valentía, pundonor y romanticismo. Alaphilippe, la última joya del ciclismo francés (quizá la de más quilates), decidió ajustar cuentas con la providencia, nada más y nada menos. En la etapa anterior había sido descabalgado por una avería cuando luchaba por la victoria. Bien, pues en lugar de aceptar la fuerza del destino, dedicó la noche a diseñar su venganza. Lo que se le ocurrió fue una formidable locura que necesitaba de un cómplice igual de trastornado. Lo encontró. El plan era sencillo: Tony Martin y él se escaparían al inicio de la etapa y sostendrían un singular combate con el pelotón y con el azar, dos cabrones. Hay ciclistas que son personajes de Calderón de la Barca: “Y si muero, qué es la vida. Por perdida ya la di cuando el yugo del esclavo como un bravo sacudí”.

Gloria (o un jersey) a los fugados que nunca ganan

Fugados, los últimos románticos.

 

Se impone un maillot que identifique al ciclista con más kilómetros en fuga. Podría ser un jersey marrón, por razones obvias, o un maillot de color verde esperanza (la regularidad debería ser naranja, como los periódicos financieros). Quien lo vistiera sería uno de los favoritos de la afición, como lo fue en tiempos el portador del maillot negro (la maglia nera), que identificaba en el Giro al último clasificado (1946- 51).

Si el ciclismo tuviera corazón y la UCI sentimientos, el italiano Benedetti sería reconocido como el líder de los lobos solitarios, con más de mil kilómetros en fuga desde que empezó la temporada (Noruega, Dauphiné, Lieja, Trentino, Adriático…). Él fue uno de los escapados, o sería más correcto llamarlos “escapistas”. Lo cierto es que todos tenían experiencia en la excavación de túneles, en la falsificación de documentos y en narcotizar pastores alemanes: además de Benedetti, allí estaban Howes (sublevado habitual), Roy (gregario del extinto Pinot) y Elminger, un suizo que hace dos años fue atrapado en el último kilómetro.

Froome ya tiene rival (para el futuro): Tom Dumoulin

Tom Dumoulin, cuando un tipo lo tiene todo.

Tom Dumoulin, cuando un tipo lo tiene todo.

 

De haberse dado por buenos los resultados de la etapa del Ventoux (accidente incluido), ahora estaríamos cantando la proeza de Chris Froome, capaz de remontar a todos sus adversarios después de su heroica (e ilegal) carrera a pie por la montaña. No sucedió tal cosa y en estos momentos nos limitamos a consignar aburridamente los resultados de la contrarreloj, que deja al líder muy cerca de su tercera victoria en el Tour, aunque sin el menor atisbo de hazaña.

Sin rivales para el presente, el principal enemigo de Froome es quien ganó la crono, Tom Dumoulin, un muchacho que ya tendría una Vuelta a España en caso de habitar en un equipo a la altura de su talento. Lo que queda confirmado es que Dumoulin lo tiene todo, añadan una educación exquisita. Cada vez que le acercaron un micrófono, y le acercaron varios racimos, dedicó la mayor parte de su discurso a solidarizarse con las víctimas del atentado de Niza: “Hoy no puedo estar feliz”. Por si fuera poco, estoy por asegurar, sin consultar ninguna opinión femenina, que el chico es desagradablemente guapo.

El Tour no hizo justicia con Froome; se reinventó el ciclismo

Froome corre, el Tour huye.

 

¿Quién tiene la culpa de lo ocurrido a Porte y Froome? ¿La tiene el motorista que se detuvo de pronto? Diría que no. Lo más seguro es que frenara para no atropellar a un espectador, o para no rematarlo, una vez atropellado. ¿La tiene entonces el desdichado espectador? Es muy probable que fuera uno de esos imbéciles en triquini que se abalanzan sobre los ciclistas, pero tampoco se puede descartar la distracción de un aficionado razonable, o simplemente un accidente de los que ocurren cuando se hacen coincidir multitudes, vehículos de motor y pasiones encendidas.

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