El hijo de puta es un imbécil que va armado. El hijo de puta con todas las letras (descartamos “hijoputas” e “hideputas”, como bien me sugieren los filólogos Elena Pérez y Fernando Carreño) se distingue de otros indeseables porque actúa desde una posición de poder. Si no la tuviera sería un cretino, relativamente inofensivo aunque indudablemente molesto.
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Creo que el error es grave. Los delitos fiscales que se relacionan con Messi y Cristiano Ronaldo son, para algunas voces que escucho y leo, una mancha que no sólo los afecta como ciudadanos, sino también como futbolistas. Los argumentos giran sobre una idea principal: ¿cómo pueden ser objeto de admiración quienes defraudan al fisco y, en consecuencia, nos defraudan a todos?
La respuesta es muy sencilla. Quienes deseen admirar a Messi y Cristiano tienen tan buenas razones para hacerlo como los admiradores de Frank Sinatra (mafioso), Michael Jackson (pedófilo), Lennon (maltratador), Kurt Cobain (drogadicto), González Ruano (estafador y colaboracionista), John Wayne (racista), Clint Eastwood (trumpfílico) o Jacques Anquetil (polígamo). Cuentan que Cary Grant era un tacaño patológico, que Bogart escupía al hablar y que Cervantes pudo entregarse en cuerpo y alma (sobre todo en cuerpo) a sus captores en Argel. Por no mencionar a Maradona.
Admirables los pueblos de España que conservan sus tradiciones o cuidan las recién inventadas. Admirables sus gentes, capaces de unirse en torno a una actividad común en los tiempos que corren. Admirables y admirables. Si no quieren seguir leyendo, quédense con lo anterior y tengan una Feliz Navidad.
En caso de proseguir han de saber que hasta la celebración más entrañable es susceptible de convertirse en una pesadilla. Pongámonos en el lugar de un visitante que parte de Madrid hacia Buitrago del Lozoya, hermosa localidad en el extremo Norte de la Comunidad, dotada con una soberbia muralla árabe y donde residió, nada menos, que el peluquero de Picasso, don Eugenio, al que el artista, en un acto de sincera generosidad (recuerden que era calvo), donó sesenta obras que se exhiben en un museo dedicado a tal fin. Si no desean seguir leyendo, quédense con lo anterior, que ya no es poco, y tengan un próspero Año Nuevo.
El siguiente texto, ya lo advierto, sólo será de utilidad para quien tenga niños, especialmente si no han cumplido los diez años (los niños) y para quien, al mismo tiempo, se encuentre planeando un viaje que, sin destino decidido, todavía podría ser a Londres. Asumo, por tanto, que el público objetivo es tan limitado que si esto fuera un teatro podría bastarme con una silla. Pese a todo, continuo.
Además, nunca se sabe por dónde pasean los editores aburridos, aquellos que te podrían encargar un serial, una colección de relatos muy bien pagados que me pondrían a la altura del Turista Accidental pero con familia numerosa. Ya está bien de que los consejos viajeros los ofrezcan atractivos mochileros del Lonely Planet sin más responsabilidad que cortarse las uñas de los pies. Urgen guías que señalen en rojo las calles peatonales, la ubicación de los mimos y la situación exacta de los cuartos de baño en cada calle. Allá voy, pues.
Si nunca has sido despedido de un trabajo es probable que pienses que no te echarán salvo que cometas un error mayúsculo o hagas una deposición en la mesa del jefe (la lotería y la defecación en altura son ensoñaciones recurrentes y complementarias entre los trabajadores hastiados). La experiencia nos demuestra (íntimamente) que no son necesarios ni los errores ni las deposiciones. La jerarquía del recreo se invierte, demasiadas veces, en el mundo de los adultos. Algunos lo aprovechan para ajustar cuentas o para curarse complejos a garrotazos.
Mi cara no tiene un gesto intermedio entre la seriedad y la sonrisa. Lo que supone en problema. Muchas veces me preguntan si estoy enfadado o preocupado y se me hace raro explicar que mi cara no tiene un gesto intermedio entre la seriedad y la sonrisa. Podría practicar la media sonrisa, pero sería un gesto forzado. Si nadie me mira y nada me hace reír, yo estoy eminentemente serio. Y así me descubro cuando me sorprendo en algún espejo, sin tiempo de forzar una media sonrisa.