Por Tomás García de la Plaza
Andaba Karl Marx elaborando alguna fundamentación teórica en su mansión de Wilmington Square sin reparar en que al otro lado del Támesis, en Kennington, se iba a celebrar la primera final de la Football Association Challenge Cup, la legendaria Copa de Inglaterra, un torneo que nacía de forma muy modesta, sin grandes pretensiones y sin que nadie pudiera imaginar que siglo y medio después se convertiría en la competición futbolística más querida y famosa del mundo, en el lugar sagrado donde se preservan los valores más preciados y el espíritu verdadero del fútbol.
Corría un dieciséis de marzo de 1872, un día espléndido de sol, un inesperado adelanto de la primavera, una jornada que, según los cronistas de la época, resultó demasiado calurosa para la práctica de un deporte de invierno. Entonces, el fútbol, y el rugby, eran deportes que tan sólo se practicaban en la estación invernal, dejando el calendario veraniego prácticamente en exclusiva para el críquet, el deporte nacional. O la caza. Del zorro.