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El Tour del ausente presente

Que viene, que viene.

Dense prisa, porque el año que viene correrá Tom Dumoulin. Ese debería ser el consejo para todos los candidatos al Tour que está a punto de comenzar. Caballeros, en la próxima edición todos ustedes bajarán un puesto. La proyección, creo que poco discutible, compromete especialmente a los favoritos de primer rango, Chris Froome y Nairo Quintana. Pero tampoco resulta estimulante para la segunda línea de aspirantes, al podio o a la gloria, de Porte a Contador.

No es mucho pedir

El pelotón, en algún punto de Europa Occidental.

El pelotón, en algún punto de Europa Occidental.

 

No me terminan de convencer estas etapas que se anuncian como jornadas de montaña pero en realidad son únicamente finales puntiagudos. No pongo en duda su efecto sobre la audiencia. Sin embargo, el mismo interés que generan se convierte en decepción en cuanto comprobamos que las rampas son tan duras que todo el mundo las trepa con las mismas miserias, sin opción para atacar, sin otra posibilidad que sobrevivir.

Si a lo anterior le añaden un realizador ecuánime, se encontrarán con una transmisión televisiva que concede la misma importancia a la cabeza de carrera, al grupo perseguidor 1, al grupo perseguidor 2 y al pelotón de los favoritos. Comprenderán que esa dispersión hace mucho bien a la democracia, pero poco al espectáculo.

Así las cosas, a duras penas pude observar el ataque de Contador en Mas de la Costa o la agónica remontada de Froome. No pretendo defender aquí el proteccionismo francés, ni restar mérito alguno al suizo Matthias Frank (ganador de la etapa), pero si las audiencias cuentan hasta el punto de ofrecer ciclismo en píldoras de media hora, tal vez se podría prestar mayor atención a la disputa que libran los candidatos al triunfo final, representantes, por cierto, de golosos mercados televisivos, Colombia y Gran Bretaña, por no mencionar al país anfitrión.

O dicho de otro modo: estoy de un humor de perros porque la Vuelta está cerca de terminar cuando Contador está próximo a encontrarse. Si hubiera un mínimo voluntad municipal y organizativa, podríamos alargar la carrera una semana más con el mismo salero y desparpajo que repetimos elecciones, por el bien de España y hasta que ocurra, de un maldita vez, lo que deseamos.

Quintana, Contador y Cyrano

Justicia divina. Contador, en el podio.

Justicia divina. Contador, en el podio.

La escena cumbre del Cyrano y sus múltiples versiones es aquella en la que el desdichado narigudo le susurra a un muchacho sin luces cómo seducir a la bella Roxane, amor inconfesable del caballero de Bergerac. Supongo que ya les tengo a mi rueda. Contador tuvo la inspiración y alimentó el deseo, pero terminó por susurrar al oído de Nairo cómo ganar la Vuelta a España. Se lo explicó durante más de cien kilómetros y el colombiano lo entendió a la perfección, porque tiene muchas luces y todas están encendidas. Cuentan que, finalizada la etapa, Contador salió al encuentro de Nairo para estrecharle la mano con la misma generosidad y elegancia de Cyrano.

Fabulaciones sobre un sofá

Ante todo, mucha calma.

Ante todo, mucha calma.

 

Valerio Conti, el mejor de una escapada de doce corredores (ninguno español), se presentó en meta con 34 minutos de ventaja sobre un pelotón que llegó silbando la melodía de Verano Azul. Quien se sorprendió por la modorra del pelotón lo hizo sin observar el libro de ruta. La jornada, de 213 kilómetros, se disputaba en vísperas de la temible etapa del Aubisque.

Nairo, el bulldog

Atención: Nairo muerde.

Atención: Nairo muerde.

 

Sucedió durante una charla que pretendía ser deportiva. Preguntado sin más preámbulo por su raza, Nairo Quintana miró a su interlocutor, forzó una media sonrisa y respondió: “Bulldog”. Es obvio que Nairo consideró inapropiada la pregunta, pero hasta ahí llegó su enfado, ni un comentario más, prosigamos la conversación.

En ese primer y único encuentro con Nairo me sorprendió su aplomo. Lo imaginaba tímido, e incluso huidizo, pero lo encontré prudente y sereno, con un fino sentido del humor que no practica ante extraños, como si fuera consciente de su responsabilidad “institucional”: líder de uno de los mejores y más caros equipos del pelotón internacional, además  de embajador plenipotenciario de Colombia.

La Vuelta a España es el Tour de Francia que no salió

Valientes a relevos.

Valientes a relevos.

La Vuelta es como nos hubiera gustado el Tour: Nairo de líder, Froome en versión mortal y Contador en la batalla. Por no mencionar a Valverde o Chaves y sin despreciar a Simon Yates. Desde hace algún tiempo las emociones se retrasan hasta el mes de agosto. Es cierto que no son los mismos castillos y es verdad que el maillot de líder se confunde, de manera irritante, con el rojo de otros equipos (Katusha, Cofidis, Lotto Soudal…), pero el nivel competitivo está lejos de desmerecer. Cumplida la octava etapa, el libro de ruta es un menú ante el que cuesta no relamerse: Naranco, Lagos, Peña Cabarga, Aubisque, Formigal… Montañas y campeones, el paraíso del aficionado.

La escalada a La Camperona no defraudó, aunque algunos recelemos de la proliferación de puertos con rampas circenses. Personalmente creo que la Vuelta ya ha demostrado su capacidad de inventiva sin necesidad de que invente permanentemente. Hay otras fórmulas que me atrevo a proponer. Sería una novedad que cada etapa recibiera el nombre de un gran campeón, ya sea porque allí hizo historia el ciclista en cuestión (Hinault-Serranillos), o porque determinado corredor ha sido el inspirador del recorrido, como sucedió con Purito en la etapa de Andorra de la pasada edición. En caso de que prospere la idea sólo reclamaré un viaje en el coche de la dirección con medio cuerpo asomado por el techo del Skoda, quizá gritando Gerónimo. No es mucho pedir.

La suerte hace la cobra (de nuevo) a Alberto Contador

Contador se estrelló, otra vez, contra el mal fario.

Contador se estrelló, otra vez, contra el mal fario.

 

Carece de sentido que el deporte, actividad querida pero ajena a nuestra intimidad (por llamarlo de algún modo), tenga el poder de estropearnos un buen día o de arreglarnos uno pésimo. Tal cosa no debería sucederle a personas casi maduras, coherentes a ratos y relativamente sensatas. Esto es lo que me repito, sin éxito apreciable, para recuperar el ánimo tras la caída (enésima) de Alberto Contador. La experiencia, además, me dicta que lo peor está venir: le harán placas, descubrirán algún hueso roto y me quedaré sin chapa de Cinzano para proseguir la Vuelta.

A los menos iniciados en mi persona (y circunstancias) les diré que mi pesimismo es impostado y no tiene otro objeto que ser desmentido por la realidad. Tengo por seguro que si enuncias algo con suficiente firmeza y lo colocas en el primer párrafo no sucederá nunca. Ya saben aquello de que cada vez que hacemos planes se escuchan carcajadas en el cielo. Imaginen la reacción del cielo ante las proyecciones por escrito.

Entre mis convicciones sin fundamento manejo otra teoría improbable, aunque hoy precisamente me resulte más cierta (mis cosas): la acumulación de desgracias se acaba compensando con un golpe de suerte. El problema, en este caso, es que la vida paga con el retraso de los ayuntamientos. Esa esperanza será la que me haga soñar con un Contador sin secuelas, chapa y pintura, herido únicamente en su orgullo y más valeroso que nunca. Y con esa misma ilusión, o parecida, imagino victorias de Luis León Sánchez burlando a los sabuesos que se lo comieron esta vez. Pensarán ustedes que bebo demasiado Cinzano, pero es por las chapas.

 

Ya estamos de Vuelta

Kennaugh ya ha elegido azafata.

Kennaugh, muchacho avispado, ya ha elegido azafata.

 

En el número 85 de Brewer Street, en el Soho londinense, se ubica un local que no se puede describir tan sólo como una tienda de bicicletas. Rapha, de hecho, se define en primer lugar como un Club de Ciclismo. De eso presumen sus empleados, y está bien que lo hagan, aunque la denominación sigue sin estar completa. Rapha es el selecto fabricante de la ropa del Sky, una firma tan elegante que podría tener sastrería en Regent’s Street. Convendrán conmigo en que la distinción del equipo no sólo es deportiva, también se relaciona con la indumentaria de los corredores, con la tecnología en general y con los coches en particular, unos Jaguar esplendorosos. No hay duda de que James Bond correría en el Sky.

Froome y los cinco Tours: la leyenda está más cerca

Froome, camino de la leyenda.

 

La pregunta es inevitable: ¿Podrá Froome ganar cinco Tours? O planteado de otro modo más imponente: ¿Podrá equipararse a Anquetil, Merckx, Hinault e Indurain? Es evidente que le falta el encanto de los anteriores (la clase, el rugido), pero cuesta decir que no lo conseguirá. Cumplidos los 31, su pretensión es disputar la carrera cinco o seis años más, lo que le ofrece suficiente margen de error para igualar el récord y tal vez para superarlo.

Sin embargo, Froome afronta ciertas amenazas, aunque sean leves en estos momentos. La primera podría gestarse en el interior de su propia escudería (Sky es más que un equipo). La continuidad de los éxitos del actual campeón dependerá de las prisas que tenga Sir David Brailsford (mánager y gurú) a la hora de preparar el relevo. Es muy posible que ya tenga elegido al sucesor: Adam Yates (23 años), cuarto clasificado en la edición que acaba de terminar y mejor joven de la carrera, un inglés de pura cepa y no un asimilado de la metrópoli.

Jon Izagirre, nuevos tiempos

Jon Izagirre, único triunfo español en un Tour de otros. AFP

Jon Izagirre, único triunfo español en un Tour de otros.

 

El futuro que se aproxima será así en los años buenos. De tanto en cuanto un español ganará una etapa del Tour y habrá que celebrarlo como un gran éxito. Hablaremos de “notable actuación colectiva” si además colocamos a un par de compatriotas entre los diez primeros y subiremos la nota si a todo ello conseguimos añadir la clasificación por equipos. Los podios serán preocupación de otros (británicos, holandeses, franceses) y a su disputa asistiremos con menos pasión pero con parecido entusiasmo. Cualquier aficionado que se precie tiene tantos pasaportes como Jason Bourne.

Los más viejos y los muy jóvenes se adaptarán mejor a la nueva época: unos por tener memoria y otros por carecer de ella. Será más difícil para aquellos que sólo han conocido el éxito, cuatro ganadores en los últimos once años y, desde entonces, sólo cuatro podios sin presencia española. Bien, pues se terminaron las rosas y se nos acabó el vino. Salvo que Mikel Landa incorpore algunos cambios en su vida (entre otros el cambio de equipo) no hay razones para imaginar veranos como aquellos.

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