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El Real Madrid y la hermosa desesperación

Rutger Hauer, replicante sin réplica.

Hay algo desesperante en la resistencia del Real Madrid a cerrar los partidos. Últimamente se ha habituado a regalar indultos entre los rivales sentenciados, como si Joan Báez fuera el Gobernador de Texas. Sin embargo, y según se mire, en lo desesperante también hay algo admirable. Me refiero a la calma, no confundir con la desidia o el desinterés. La diferencia entre la pachorra y la serenidad es la sabiduría y no olvidemos que el Real Madrid viene de ganar dos Champions consecutivas, lo que equivale a pasar por la Puerta de Tannhäuser como si fuera la de Alcalá.

Los finales con beso

Cary Grant y Grace Kelly. Ciglogénesis de belleza.

Cary Grant y Grace Kelly. Ciglogénesis de belleza.

 

No deja de sorprender la inclinación histórica del Real Madrid hacia los finales felices, en las grandes o en las pequeñas producciones. Siempre se inventa una historia y la termina con beso. Pienso en los goles sobre la bocina, en la colección de Champions y en los gloriosos regresos. Bale, sin ir más lejos. Volvió después de 88 días lesionado y el destino, o quien quiera que mande, no se conformó con un plácido retorno. Además, le concedió un gol.

En ocasiones, tengo la sensación de que la energía que genera el Real Madrid para cumplir sus propósitos es tan poderosa que arrastra a sus adversarios, que terminan por nadar a favor de la corriente y en dirección a la catarata. Es un hecho que las inercias destructivas nos atrapan con la misma facilidad que las otras, y no tenemos más que pensar en Trump, en el Brexit o en Eurovisión.

Celta-Real Madrid: lo que pudo haber sido

Vigo: vientos moderados con tendencia a amainar.

Vigo: vientos moderados con tendencia a amainar.

 

El grito se escuchó en varias ocasiones y no fue para cantar gol: “¡Alá vai!”. Del minuto cinco al noventa se repitió ante cada incidente y con pequeñas variaciones: “¡Alá vai o carallo!” y “¡Alá vai o gaiteiro!”. Sucedía cada vez que de la cubierta de la grada de Río Alto se desprendía un panel, y se desprendieron siete en dirección al campo y otros seis volaron en dirección hacia Vigo y la Ría del mismo nombre. Por fortuna, ninguna placa impactó contra espectadores, paseantes o percebeiros y la que parecía dispuesta a degollar a Cristiano Ronaldo fue atrapada por Benzema con agilidad felina; la suerte de tener un gato en el equipo.

Nada por allí, todo por acá

No se asusten, es la Liga. Y Tamariz, naturalmente.

No se asusten, es la Liga. Y Tamariz, naturalmente.

 

Ya no hay crisis. Tamariz lo anunciaría con un tatachán, pero aquí seremos más sobrios (es domingo). El Madrid es líder con cuatro puntos de ventaja que serán siete si gana al Valencia en partido aplazado (22-F). Cualquiera de los semifinalistas de Copa cambiaría su posición por dominar la Liga y todavía invitaría a cenar. Hasta la Real Sociedad, revelación del campeonato, aceptaría lecciones sobre cómo ganar los partidos que maneja el contrario.

Desnudos en Balaídos

Una pintada en una pared de Vigo. Así jugó el Celta.

Una pintada en una pared de Vigo. Así jugó el Celta.

 

El análisis estará equivocado si decimos que el Real Madrid se quedó a un gol de las semifinales. Le faltó mucho más que eso. En primer lugar, le faltó el fútbol necesario para generar el número oportuno de ocasiones de gol. Al mismo tiempo, careció del fuego y del carácter que exigía la remontada y la pasión del Celta. Por último, y metido en los últimos minutos, no tuvo siquiera el coraje de convertir el fracaso en algo heroico. No hubo agonía suficiente, ni camisetas desgarradas. El Madrid salió de Balaídos con el mismo peinado y la misma cautela con la que entró, como si tuviera todo el tiempo del mundo, como si la vuelta fuera la ida y remangarse estuviera mal visto.

Calle Melancolía

El Real Madrid, en busca de Emma Stone.

El Real Madrid, en busca de Emma Stone.

 

De una crisis inventada puede surgir una depresión cierta. Entiéndase como depresión un estado de afligimiento y desgana. De repente, la suerte te deja como te dejan las novias que se hacen estrellas de cine. Entonces, y como sucede con todos los abandonos, lo que se impone es rebozarse en la melancolía del pijama a todas horas y de lo felices que fuimos. Para recuperar el ánimo ayuda mucho tener un club de jazz, pero también se puede remontar sin piano.

En ese trance anda el Real Madrid. Añorando la racha y la invencibilidad. Suspirando por el tiempo de los récords, por lo fácil que parecía. A ratos se acuerda de jugar y a ratos se hurga en la costra. Justo a la nostalgia hay un deseo de revancha que precipita los movimientos y vuelve a deprimir, vean Cristiano. Algunos son inmunes, los menos. Sergio Ramos le escupió el primer gol a todos los que dudan, critican o sonríen de medio lado. Había mucha verdad en la cantinela infantil: por mí, por todos mis compañeros y por mí el primero. En el segundo, más comedido, Sergio nos guió por el mapa que lleva impreso en la piel policroma y en la camiseta climalite.

La copa y los gases

No nos equivoquemos. Mazinger era el Madrid.

No nos equivoquemos. Mazinger era el Madrid.

 

Hay dos tipos de madridistas en desigual proporción: los que a estas horas se sienten campeones del mundo y los que sienten que han ganado en la prórroga al Kashima Antlers. Los primeros sólo se verán satisfechos con una crónica épica y ligeramente vengativa. En este caso se trataría de desarrollar una idea común (toma, toma y toma) con la que responder a las mofas escuchadas, leídas o imaginadas durante el partido. Para ello, después de algunos bramidos raciales, habría que recordar los títulos del Real Madrid en esta competición y en las otras, repasar los goles de Cristiano con intención de fumigar a los críticos y preguntar irónicamente por los ausentes. Si me lo permiten, renunciaré a esa crónica; ya la escribirán otros.

Caperucita y dos lobos

Varane y Luis Suárez, en la jugada del gol.

Quién se come a quién, esa es la cuestión.

 

Sólo dos futbolistas imaginaron el Clásico. En primera instancia, Luis Suárez. La debilidad de un defensa, un mordisco sin dientes y un gol decisivo. Algo así puede ocurrir sin conexión con el entorno y así sucedió. A Sergio Ramos la imaginación siempre le traslada al último minuto, por pura costumbre o por abrir la puerta grande, quizá porque no hay placer más arrebatado. Gol de cabeza, naturalmente. Si el partido no le pertenece a nadie más es porque nadie tuvo el valor de imaginarlo.

Buena parte de la tarde la pasamos discutiendo sobre penaltis opinables, medios penaltis y tres cuartos de pena máxima pero cortada muy fina. Medimos la intensidad de las cargas, el despliegue de los brazos y la opinión mayoritaria es que el árbitro, el muy malandrín, se había equivocado gravemente por no pitar tres o cuatro penales en el área del Madrid y otros tantos en el del Barcelona. No duden que, de haberlos señalado todos, ahora estaríamos reclamando su ingreso en la institución psiquiátrica Green Manors.

Diamantes por la borda

Nada raya tanto como un diamante. Recuérdenlo.

Nada raya tanto como un diamante. Recuérdenlo.

Entra dentro de lo posible que el mejor Atlético de Simeone fuera inmejorable porque no podía parecerse más a su entrenador. Afinarlo ha sido separarse del modelo. Ya no es el Cholo quien está representado sobre el campo, sino un proyecto aspiracional que pretende combinar el esfuerzo extremo con la inspiración sublime, como si tal cosa fuera realizable. El Real Madrid sabe que no lo es. Por eso, en sus mejores noches, arroja un diamante por la borda para quitarse lastre.

Así ocurrió en el Calderón. Bendecido por las lesiones que masacran a otros equipos y que al Madrid lo aligeran, Zidane pudo alinear un equipo compensado. Sin Benzema, el esquema se hizo más dinámico y el mediocampo más sólido, enriquecido en la mediapunta por la desbordante creatividad de Isco. No es un problema de Benzema, quede claro. Apuesto a que sin Bale o Cristiano el resultado hubiera sido muy similar. Se trata, simplemente, de no morir ahogado en confeti.

Galgos o podencos

Bale, poco antes de controlar el pase de Isco en el primer gol.

Bale, poco antes de controlar el pase de Isco en el primer gol.

 

Si tienes galgos, haz que corran. Parece obvio, pero no debe serlo tanto. El Real Madrid empleó 37 minutos en entender que la defensa del Leganés, muy adelantada, se descosía con desmarques en velocidad. Digo el Real Madrid, pero debería ser más concreto y apuntar a sus delanteros y, probablemente, a su entrenador. La aportación de Cristiano, Morata y Bale fue inútil mientras intercambiaron sus posiciones en línea horizontal. A sus vigilantes les importaba poco que quien empezó por la izquierda se moviera luego por la derecha o por el centro. Nada grave mientras los atacantes aguardaran el balón al pie y se dejaran planchar el dorsal.

Así nos pasamos más de media hora, que puede ser mucho tiempo cuando no ocurre absolutamente nada. El Leganés no perdía ni la figura ni olvidaba la presión. El Madrid se ahogaba en esa ausencia de espacio y, a falta de gol, el público se consolaba con el sol, que sacaba pecho después de tres días de lluvia.

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