
Meryl Streep, la guapa que supimos ver.
Con la edad se producen cambios notables en los gustos de las personas (la verdura, Meryl Streep), aunque no creo en las transformaciones radicales que afectan a la personalidad. Una alteración significativa es que el fútbol deja de gustarte sin condiciones. Los partidos plomizos, antes masticados con entusiasmo, se convierten con el tiempo en tragos inaceptables. Ni siquiera la victoria compensa el aburrimiento. Hablo de un estado muy próximo al descreimiento en que el aficionado, tan generoso durante años, espera ser seducido por el juego. Y espera sentado, habitualmente.
Mal partido, ya lo habrán adivinado. Lo que perpetraron Espanyol y Real Madrid fue un ejercicio de contorsionismo, una batalla siderúrgica, una gimnasia con balón medicinal. Igualados en lo físico, el talento alumbró los goles porque el talento se sujeta malamente con cadenas.
Cuento lo que vi, pero no lo vi todo. Me distraje más veces de las que recuerdo. Sin apartar la vista de la pantalla pensé en cosas completamente distintas, en las horas que han pasado desde mi último paracetamol o en lo que podría escribir ahora. Cuando regresé al partido siempre lo encontré como lo había dejado, con el balón en el aire, perseguido por tipos con armadura.
No es que me haya vuelto un gourmet, no pretendo presumir de nada. Es simplemente que opongo más resistencia a perder el tiempo. Me gusta lo que me gustaba, con leves diferencias. Ahora me gustan las guapas y las que fueron guapas. También las que pudieron serlo. Y con el fútbol me sucede algo parecido. Celebro el buen juego y admito el intento, incluso el aroma. De lo demás huyo, camino de otra ventana o de otro paracetamol.