Nadal, uno de los nuestros.

 

No voy a decir aquí que Nadal es admirable, no pretendo hacerles perder el tiempo. Personalmente, no encuentro comparación deportiva con la alegría que me han provocado sus triunfos y la decepción que me generan sus derrotas. Supongo que carreras tan prolongadas despiertan una relación casi familiar con los aficionados y tengo por seguro que había una enseñanza vital en su obstinación, en su negativa a darse por vencido hasta en las bolas más endemoniadas, primer paso para doblegar mentalmente a adversarios teóricamente más dotados. Nadal, en sus mejores tiempos, no sólo acumulaba victorias espléndidas; escribía libros de autoayuda.

Rafa nunca fue, como Indurain, un constructor de éxitos apacibles. Al contrario: te conducía hasta el límite de la fe. Todavía conserva eso. En cuanto reniegas, Nadal gana un punto extraordinario o remonta un juego perdido. En cuanto dejas de mirar, porque te rindes, Nadal te reclama para que veas, te grita a ti.