Por Macacha Marín

Aunque todo depende de nuestra vara de medir: ¿Alguien me puede negar que jamás le persiguen sensaciones incómodas? ¿Alguien no ha querido atracar un banco? ¿Alguien no vive con el peso del beso que no ha dado? ¿Nadie se ha imaginado prostituyéndose? ¿Diciéndole a su jefe que se calle la “puta boca”? ¿Creándose una falsa identidad y largándose sin más? ¿Alguien vive sin ninguna paranoia?

Seamos honestos: sobran piedras para hacer el muro.

Marqué el número de teléfono de mi propia casa y respondió una voz que no reconocí. ¿Quién eres? Pregunté. “Coquito y ¿tú?” Sin decirle mi nombre le contesté: no te vayas de ahí, ahora vuelvo a llamar. Me desperté y abrí los ojos mientras adormilada me preguntaba a mí misma si en Google se podría encontrar a un muerto.

Joder, acabada de matar a alguien que no había visto hace muchísimo tiempo y cuya última conversación la recuerdo perfectamente. Y es que Coquito cada dos o tres años me llamaba. Aquel día, mientras yo esperaba en la cola de un supermercado al que jamás volveré, Coquito me contaba algo sobre que tenía que vender los muebles y los cuadros de la casa de su padre, ahora que ya había fallecido, y sus hermanos no se ocupaban de nada. Me contó su nuevo negocio fracasado y se burló de los viejos tiempos; así era él, todo hay que decirlo, siempre de buen humor. Y yo me lo había cargado de un plumazo esa mañana.

No sé por qué, cuando me desperté, me dio por pensar que Coquito había muerto hace años y yo no me había enterado. Quizás porque con aquel extraño sueño de repente caí en la cuenta de que aquella llamada que recibí en el supermercado fue la última y también la última vez que entré a comprar allí, no por Coquito, sino porque tiempo después escuché a su prepotente dueño decir por la televisión, en plena crisis económica, que en España éramos todos unos vagos menos él. – ¡que te jodan!- le chillé al televisor y lo apagué indignada.

El caso es que me entraron ganas de averiguar qué había sido de Coquito, pero tenía que coger un tren esa tarde y no me podía entretener en este menester y menos, en meterme en las cada vez más concurridas redes sociales. Actos que me generan que tenga que visitar una vez al mes a un psicólogo, para superar mi falta de autoestima a la par que mi exceso de orgullo. Pero eso es otro tema. Me preocupa haber matado en mis pensamientos matutinos a Coquito. Me sentiría mucho mejor si hubiera sido a aquel empresario egocéntrico y egoísta.

Esa extraña sensación me hizo dar marcha atrás en el tiempo y mis pensamientos me llevaron a recordar mis cajas de cartón. Debía tener unos quince o dieciséis años, (ya conocía a Coquito, aunque en esto no tiene nada que ver) y mi amiga Diana me trajo de un viaje de Filipinas una caja azul claro decorada como un pastel, dentro había una camiseta abotonada que sería el “no va más” de aquel verano. Aquella caja me sirvió para guardar los tesoros de mi adolescencia y juventud. Una pulsera de cuero, una hoja de calendario, invitaciones a discotecas, dos cartas que nunca envié, un número de teléfono escrito en una servilleta de papel, un mechero del bar Narizotas… Hasta que un día, sin más, la dejé aparcada en el desván, reconociendo, que, por fin, me había hecho mayor…

Sin embargo, esa mañana, dándole vueltas al tema, me di cuenta de que esa caja, en realidad, fue sustituida por otra. Dónde estaba entonces mi madurez. No, no es una pregunta. Pues sí, ahora era una caja gris metalizada que había contenido un camisón de raso negro la que mantenía escondidos los tesoros de mi edad adulta. El periódico con la noticia del atentado del 11 de septiembre, mi primera publicación, un cd con fotos de verano, dibujos dedicados por mis sobrinas…

Ni rastro de Coquito en ninguna de las cajas. Han pasado dos meses desde que me ronda esa sensación. -Está muerto y no me he enterado; está vivo y lo doy por enterrado.-

No he sido capaz de ponerme a investigar. Quizá me da miedo resucitar a un muerto.

10 comentarios en «Sobran piedras para hacer el muro»
  1. Muchisimas Gracias por todos los comentarios, de verdad… estoy abrumada…además de generosos tienen ingenio…
    Muy fan de todos los que escribís, me encanta leeros…
    PD. Dos cartas sin enviar tienen mucha historia detrás…
    PD2. Bar Narizotas en Moncloa hace mucho mucho…
    PD3. Mil gracias otra vez

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