Y además estará Bárbara Lennie. Qué más se puede pedir.
Y además estará Bárbara Lennie. Qué más se puede pedir.

 

Mañana sábado se celebrará la entrega de los Premios Goya y no son pocos los que ya cargan las escopetas contra la ceremonia. El principal reproche (y es anual) es que los actores aprovechan al acto para criticar al Gobierno español cuando podrían criticar al de Venezuela o al de Corea del Norte, o cuando no deberían criticar nada, está feo mezclar política y cine. A partir de esta premisa, todo resultará un desastre: el presentador, los premiados y la realización. Y no sólo será un desastre, además será un desastre aburrido, “un peñazo”, expresión arrojadiza que ataca el flanco más débil de la profesión: ya se sabe un actor encaja mejor un tomate que un bostezo.

El desacuerdo con la ceremonia y los discursos reivindicativos ha generado un desprecio que abarca a la totalidad del cine español, incluidas, es obvio, las películas que se estrenan cada año. La muletilla es que el cine español no interesa porque siempre está hablando de la Guerra Civil (está feo mezclar política y cine) o porque, simplemente, no resiste la comparación con el cine americano que, como todo el mundo sabe, incluso los que no pisan un cine, es mucho más entretenido. El propio Rajoy admitió recientemente que no había visto ninguna de las películas españolas nominadas, una confesión que pudo haber rebajado con algún requiebro diplomático (aunque estoy deseando ver la de Bayona, o la de Arévalo, o la de Almodóvar), pero no le dio la gana.

El empeño por no mezclar la política con otras actividades es de todo punto absurdo, porque somos ciudadanos antes que profesionales y la participación en la vida pública, por pura definición, no debe estar restringida al ámbito de lo privado. Es muy oportuno que la gente del cine se manifieste si tiene algo que decir, ya sea en defensa de su industria o de la ideología de cada cual.

Sería muy deseable que otros gremios siguieran el ejemplo. En primer lugar, que se premiaran. Galardón al mejor funcionario, al más destacado fontanero o al más eminente taxidermólogo. Acto seguido, los premiados tendrían la ocasión de recitar el nombre de sus seres queridos o de hacer notar algún lamento o elogio.

No bromeo. Nos iría mejor si al mismo tiempo que ciudadanos nos sintiéramos gremio. Si fuéramos capaces de unirnos y de aprovechar los micrófonos. Lo hace el cine español y lo practica de manera muy saludable Hollywood, que lleva semanas mandando saludos a su peculiar presidente, al que adivino como secundario de lujo en la ceremonia de los Oscar.

Son actores. Interpretan personajes diversos, pero tienen voz propia. Y mañana hablarán. Yo pienso escucharlos.

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