El resumen general responde a un guion bien conocido: el Real Madrid metió al final los tres goles que anunció al principio, añadan un relleno de incertidumbre trufado de buenas ocasiones del rival para empatar el partido. Para un japonés esto es una película de James Bond en la que el héroe nunca corre verdadero peligro. Para los madridistas de cierta alcurnia esto es un sufrimiento que ataca la úlcera y multiplica las canas.
La tentación es que el resultado lo explique todo y alguien ponga música para bailar. Los japoneses bailarían si supieran. Lo otra opción es hacer caso a la úlcera e indagar en las luces rojas. La primera evidencia es que la BBC obliga a un sistema que funciona dificultosamente con Casemiro en el campo, pero que no se sostiene sin él. Desde aquí y hasta el final, no será fácil encontrar rivales tan compasivos como el Alavés.
Y algo más. Habrá que poner en cuestión la presunta majestuosidad de la BBC, al menos hasta nueva orden. Por ahora, sólo Benzema ejerce de futbolista extraordinario. Cristiano atraviesa una fascinante metamorfosis de mariposa en gusano. La impresión es que se siente más brillante cuando mira al prójimo (pase a Isco) que cuando se observa a sí mismo. Ese viaje hacia el interior es lo único que explica que haya autorizado el busto que se exhibe en el aeropuerto de Madeira.
Bale también se encuentra en proceso de ajuste, y así lleva cuatro años. No se puede poner en duda ni su talento ni su exuberancia física, pero nunca sabes el jugador con el que te vas a encontrar y eso resulta preocupante cumplidos los 27. Isco, a los 24, parece haber completado ya el proceso de aprendizaje. La poca alegría que tuvo el partido contra el Alavés la puso él, incluido un gol que había que inventarse.
Tampoco cambia el mundo para Danilo. Hace algunas cosas bien, pero nunca las hace seguidas. Siempre está más cerca de romper un jarrón chino que de completar una buena jugada. Se atropella, se tropieza y ya no es posible afirmar quién empezó antes: él o el público.
Al Alavés le falló Deyverson, lo que es tanto como decir que se batió con una espada de madera. Edgar careció de acierto (tal vez trabaje demasiado) y el equipo no explotó las subidas de Theo como merecería un jugador tan explosivo. Con todo, el finalista de Copa aguantó con vida hasta el minuto 85, lo que vale tanto como un trofeo de consolación. James Bond vencía a la mitad de sus enemigos con la sonrisa. Lo que no tengo claro es si eso servirá contra el Bayern.