No se cayó Contador, al menos no hay constancia. Tal y como transcurrían los acontecimientos, debemos celebrarlo como un triunfo. Más ánimos y mejores costras. Al rayo de optimismo se podría sumar un rayo del sol, el que se anuncia camino de Limoges. Es posible que el Tour haya dejado de mordernos la pernera. No lo diremos muy alto, no obstante.
Si nos centramos en lo ocurrido, habrá que señalar que la tercera etapa fue una jornada extraña y sólo cabe agradecerlo. La historia da para un relato de García Márquez: un ciclista de nombre Armindo Fonseca quiso que le atrapara el pelotón y sólo fue atrapado cuando no lo quiso, a ocho kilómetros de meta. Así sucedió sin que añadamos una coma. El francés Fonseca (hijo de un emigrante portugués) se fugó con el banderazo y no tardó en comprender lo absurdo (y lo cansado) de su aventura. Cuando levantó el pie descubrió que sus perseguidores habían hecho eso mismo mucho antes. El gran grupo estaba de paseo y la diferencia no se reducía por mucho que el escapado diera las buenas tardes a los aficionados en la cuneta.
Fonseca dejó de estar triste y solo cuando apareció a su lado Voeckler (37 años), un corredor que ama los primeros planos. Cuando la cámara le enfoca, Voeckler hace todo tipo gestos para que comprobemos que está sufriendo. Pudiera ser un mensaje cifrado con destino a alguna ex novia de larga cabellera rubia: “Todavía resoplo por ti, Wendolyn”. No importa. Al final hemos aprendido a quererle. Llegada la madurez te acaba gustando lo insospechado: la verdura, Meryl Streep y Thomas Voeckler.
La escapada terminó cuando el gato se cansó de jugar con el ovillo. Cavendish se impuso en el sprint a Greipel (así lo dictaminó la foto-finish) y sumó su 28ª victoria en el Tour, las mismas que Bernard Hinault, que le recibió en el podio con una sonrisa, sin tan siquiera golpearle el hígado. Ha perdido colmillos el tejón.