Lamento escribirlo, pero no será el Tour de Contador. Podrá ser el primer Tour de Nairo o el tercero de Froome. Quién sabe si otro corredor les plantará cara, quién sabe cuánto durará Van Avermaet. Lo que parece claro es que Contador no estará entre los mejores, porque no lo estuvo en el primer contacto con la montaña y porque a su equipo le importa bien poco. Nadie le asistió cuando se descolgó a dos kilómetros de la meta. Majka, escapado en tierra nadie, completó su particular viaje a ninguna parte y Kreuziger abandonó al jefe para marcharse con el grupo de favoritos. Es falso que el equipo Tinkoff desaparezca la próxima temporada: ha desaparecido ya.
Es muy posible que Contador no haya elegido en los últimos años los entornos más adecuados. Al mejor ciclista español le ha faltado un equipo español donde las fidelidades no se pusieran en duda. Y esto es tan cierto como que al mejor equipo español le ha faltado un ciclista como Contador para disputar las grandes carreras y ganarse los últimos afectos.
Diré, antes de proseguir, que Contador sólo entregó 33 segundos, pero las sensaciones (malas) pesan más que el tiempo perdido. Ya no es el brazo lo que más le duele, ni el hombro, sino la pierna izquierda, aplastada por otro corredor en la montonera del segundo día y que le ha provocado una sinovitis en la articulación que se localiza entre el alma y el amor propio.
La exhibición de Van Avermaet (etapa y liderato) debería aliviar el disgusto que nos causa la pérdida de Contador, pero la verdad es que consuela más bien poco. Antes aún que aficionados al ciclismo, algunos somos jugadores de chapas y a Contador lo tenemos ubicado en un chapín de Cinzano debidamente pulimentado contra el suelo. Se entiende mal que Alberto no vuele por Francia subido en ese bólido.