
Marcelo, exultante de alegría y satisfacción juvenil, tras marcar y culminar la remontada.
Disiento de cualquier comentario que aluda al exceso de confianza o a la distracción. No fue eso. Durante 82 minutos, el Real Madrid se interesó por el partido e hizo cuanto pudo ganarlo. Lo hizo, eso sí, con poco fútbol y bastante angustia, como si fuera consciente de la proximidad del mordisco del Valencia y de sus efectos ruinosos sobre el campeonato. Ni el gol de Cristiano aportó la menor tranquilidad.
Otra explicación, y cabe dentro de la anterior, es que tanto el Real Madrid como el Bernabéu reconocieron al Valencia como un igual desde el primer minuto (tiro al poste de Santi Mina) a pesar de su disfraz de andrajoso. La percepción de que el partido sería complicado abrumó al anfitrión y se puede entender perfectamente: la tarde lluviosa y destemplada de Madrid era más indicada para perderse debajo de una manta en compañía favorable que para luchar a brazo partido contra la inmensidad de Mangala.