Relatos de deporte, cine, política y de lo que sea menester

Mes: junio 2016

‘El ídolo’: la historia de Armstrong sin la mitad de Armstrong

Armstrong-Foster: las apariencias engañan.

Armstrong-Foster: las apariencias engañan.

 

Entiendo que llevar la vida de Lance Armstrong al cine planteó un primer problema de condensación porque en su biografía caben varias películas, del viejo Estrenos TV al clásico cine negro. El primer relato nos presentaría a un humilde muchacho de Austin que se convierte en campeón del mundo; este film, de bajo presupuesto, sería un buen entretenimiento para la sobremesa de alguna cadena generalista. La siguiente historia, de mayor calado, es la de un superviviente del cáncer; un drama intenso para cualquier noche en La 2. La última es la de un tramposo global sometido a una humillación global: un esqueleto de película grande en las manos de un director grande.

No hay nada que añadir a la biografía de Armstrong, salvo encontrar el enfoque oportuno para empezar a contar. Sorprende que alguien tan dotado como Stephen Frears (Las amistades peligrosas, Alta Fidelidad, La Reina) se haya quedado en la espuma de una tragedia tan extraordinaria, probablemente por querer contarlo todo. Ese afán por no dejarse nada, hace que El Ídolo (The Program) pase por la vida de Armstrong demasiado rápido y de puntillas, mostrando blancos y negros, pero sin pararse en las sombras. Y las sombras son esenciales.

Conceder como un mérito singular el parecido de Ben Foster con Lance Armstrong me parece un argumento demasiado endeble para salvar la película. Es cierto que, en determinados planos, especialmente los que muestran al actor convertido en ciclista, la similitud es asombrosa, pero también es verdad que, en el resto de secuencias, Ben Foster es un personaje insignificante en presencia y carisma en comparación con Armstrong. Y esto es relevante.

Foster, en la piel (amarilla) de Armstrong.

No se confundan: no es Lance Armstrong, es Ben Foster.

No es posible dibujar a Armstrong sin destacar su enorme capacidad de seducción, su habilidad para generar adhesiones y, en último caso, hasta el momento mismo de su confesión, dudas benévolas. Esa mirada de malvado empático no la tiene Ben Foster, demasiado básico en sus registros. Hablo de la mirada del Tom Ripley de Patricia Highsmith, la mirada que sí fue capaz de transmitir Matt Damon, curiosamente el primer actor elegido para meterse en la piel de Armstrong cuando todavía se le tenía por héroe. Hablo de la mirada de Cary Grant en Sospecha, de los ojos de Ryan Gosling en Drive.

Ahí estaba la película. Antes que enumerar las fechorías de Armstrong, o tan importante como eso, era ubicarse en las sombras de un deportista detestable que tiene muchísimo de mentira, pero algo de verdad. No estaba dopado cuando ganó el Mundial de 1993 con 22 años, no es una falacia que superara un cáncer y se subiera después a una bicicleta y tampoco fue despreciable la actividad benéfica de Livestrong. El poliedro se completa con un regreso al Tour, cuatro años después de su retirada, que es el retorno del asesino al lugar del crimen. Personalmente creo que volvió en busca de alguna extraña redención, porque volvió para perder y estoy por asegurar que lo hizo conscientemente.

La confesión final ante Oprah Winfrey es el último acto de la obra, el momento cumbre. Quienes escupen sobre la tumba de Armstrong aseguran que fue una confesión forzada a cambio de alguna ventaja procesal. Yo, en cambio, percibí algo de dignidad en ese momento, en esa voluntaria crucifixión vía satélite.

No encuentro a ese Armstrong en la película de Stephen Frears. El director acierta, y no es poco, en el rodaje de las carreras, en lo que suponía una asignatura pendiente para el cine. Acierta en la elección del fascinante Jesse Plemons (Fargo 2) como encarnación de Floyd Landis y acierta al escoger a Guillaume Canet (excelente caracterización) y Chris O’Dowd para interpretar a Michel Ferrari y al periodista David Walsh. Y poco más, incluidas algunas groserías: el Bruyneel de la ficción se ha comido al Bruyneel real y Contador se nos aparece como una mezcla de Rubén Cortada y Rodolfo Valentino.

Dicho todo lo cual, la película debería ser de obligada proyección para los corredores/directores que participarán a partir del sábado en el Tour de Francia. No sobran los cuentos morales en colectivos de moral olvidadiza. Nada más que añadir, salvo un grito interior sin necesidad de exclamaciones: Viva el ciclismo.

El final del verano

El final del verano el 27 de junio.

El final del verano el 27 de junio.

Lo peor de todo, lo más duro, es que se nos ha terminado el verano el 27 de junio, cuando debía empezar. Lo más amargo es la última sensación, el segundo gol, la primera parte. Lo más terrible es que cuando Chiellini nos clavó el puñal ya estábamos muertos. Nos acabamos en Sudáfrica, no en París.

Desde el último Mundial jugamos el torneo de la nostalgia. Fuimos como el General Custer de gira por los circos del continente. Vendíamos un leve aroma del pasado. Lo intuíamos y sin embargo nos dejamos engañar. La cruda realidad se hizo evidente cuando Italia se plantó frente a nosotros, hirviendo su sangre y helada la nuestra. Un equipo de ida contra otro de vuelta. Solteros contra casados. No hay color.

Surfeando sobre el diván

Buscando a Dory.

En fecha sin determinar, el cine infantil decidió dar una vuelta de tuerca, en paralelo, y al mismo tiempo, que los perversos diseñadores de ropa deportiva. Un mal día, las películas de dibujos renunciaron a la excelencia (divertir por igual a niños y porteadores) y se concentraron en la originalidad psicoanalítica. El resultado son algunos productos alucinógenos como Rompe Ralph (Tron en el mundo de Candy Crush) o, en mayor medida, Del Revés, una supuesta aventura en los pliegues de la personalidad de una niña con tendencia a la depresión. Es obvio que tan avezados creadores, proclives a hacerse terapia en 3D, se han olvidado de un factor esencial: a estas películas se acude con niños, con la íntima intención, además, de que se estén quietos durante 90 minutos.

Buscando a Dory es el último ejemplo de esta deriva interior. La historia del pez payaso que se extravía en el océano (Pulgarcito acuático) ha dado paso a un secuela que incluye el Alzheimer en la vida de los peces cirujano y que nos plantea, al mismo tiempo, el miedo a la libertad de un pulpo con siete brazos.

Resultado: los niños se inquietan, lloran por momentos, abandonan sus asientos y pisotean al indefenso progenitor, que, despojado de toda dignidad, se acuerda sin parar de Santa Dora la Exploradora, esa gran mujer.

Croacia nos desnuda

FKK Beach. Así se anuncian las playas nudistas en Croacia (Cultura Libre del Cuerpo),

FKK Beach. Así se anuncian las playas nudistas en Croacia (Cultura Libre del Cuerpo).

 

A quién le extrañe lo sucedido, o nos conoce poco, o le falla la memoria. Somos así. Los españoles, digo. Y aunque hablo de fútbol, podríamos desarrollar un estudio antropológico al respecto. Somos fervorosamente optimistas o desgarradoramente cenizos. Cuando perdimos contra Georgia, en el último partido de preparación, nos recreamos en los peores augurios. Después de ganar a la República Checa y Turquía imaginamos un mundo de golosina poblado por duendecillos parientes de Iniesta.

Tras la derrota ante Croacia regresa la peor desolación: Del Bosque tiene la culpa por ser bueno, De Gea por ser malo y Sergio Ramos por sobrado. Guarden látigos para azotar a Juanfran, Piqué y Casillas, en este último caso por levantar la vista. Ya lo habrán oído. Nos espera Italia y detrás, lo peor del cuadro: Francia, Alemania y Mordor.

El grupo

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Si nunca has sido despedido de un trabajo es probable que pienses que no te echarán salvo que cometas un error mayúsculo o hagas una deposición en la mesa del jefe (la lotería y la defecación en altura son ensoñaciones recurrentes y complementarias entre los trabajadores hastiados). La experiencia nos demuestra (íntimamente) que no son necesarios ni los errores ni las deposiciones. La jerarquía del recreo se invierte, demasiadas veces, en el mundo de los adultos. Algunos lo aprovechan para ajustar cuentas o para curarse complejos a garrotazos.

Lo que diga Iniesta

Iniesta venció, sin caballo y sin cimitarra.

Iniesta venció, sin caballo y sin cimitarra.

Cabe pensar que si Iniesta no ha brillado más durante su carrera deportiva ha sido por respeto a los más veteranos o a los más mediáticos, por pura educación. De ser cierto, se entendería mejor su exhibición en la presente Eurocopa. En una Selección sin Xavi y en un equipo sin Messi, Iniesta ha aceptado con absoluta naturalidad el liderazgo que le otorga su mayor edad y su mayor talento. Lo que no podía imaginar, ni él ni nosotros, es que iba a gozarlo tanto. Resulta evidente que Iniesta se gusta en el papel de estrella, un destino que se le anunció hace 20 años pero que nunca había disfrutado plenamente. Llamado a ser protagonista, Iniesta se limitó, demasiadas veces, a ser complemento. Hasta ahora.

Piqué y cierra España

Piqué, la salvación de España. Para que luego digan.

Piqué, la salvación de España. Para que luego digan.

El fútbol es un sádico adorable. Cuando ya empezábamos a dudar de la existencia de un nueve y de un dios, Piqué nos rescató con un gol que sirve para devolvernos la fe, para reordenar el cosmos y para ajustar nuestro Estado plurinacional a pocas horas del partido de esta noche (España-Venezuela).

No podía ser otro el goleador y no podía ser en otro momento, a tres minutos de la conclusión; cada uno es como es y nuestro equipo gusta de agotar las posesiones. Que Ramos corra tras Piqué con el único ánimo de abrazarlo es una escena que no debemos pasar por alto. Tampoco la celebración del central del Barcelona, fijado ante el fondo de los aficionados españoles, visiblemente satisfecho y orgulloso.

El final del festejo también es relevante: el enardecido ‘speaker’ aúlla por tres veces el nombre de Gerard mientras el estadio (sector ibérico) corea en las mismas ocasiones el apellido de Piqué. No hay como viajar para que se nos quite la tontería.

Primavera, casi verano

Primavera, propiedad registrada de Botticelli.

Primavera, propiedad registrada de Botticelli.

 

 

Por Anchorage

 

Asperjando los caminos antes de ellos llena todo de colores y olores excelentes.

                                                                                                     Lucrecio

 

1.

Una mágica mujer capricorniana tira de mí. Me agarra del brazo y me arrastra como a un pedazo de su propiedad que, a pesar de haber sufrido algunos daños, todavía conserva cierto valor sentimental. Cuando ella cruza, yo me paro y espero desesperado a que el semáforo cambie de color. Ella sonríe. 

Me gusta La Negra porque no sé cuándo dice la verdad y cuándo miente, y me gusta mucho cuando miente. La cara de alucinado que se me pone, como venido de un planeta remoto de crédulos, no acostumbra a reflejar ese entusiasmo. La sigo sin condiciones, sin pretextos, cada vez que me niega yo la creo, demasiadas veces desde la transparente frontera que separa devoción y fanatismo. Ya te rezaba, Negrita, antes de conocerte, ya te deseaba y te buscaba dentro de los ojos de cada mujer que consideraba hermosa.

La Negra ahora aletea calle arriba, congelando mis latidos, escapándose un metro más de mí con cada paso militar que sus patitas de gallina caribeña alcanzan a dar. Yo todavía espero, como un bólido en la línea de salida, escuchando las pálidas excusas que balbucean los demás peatones estáticos y cobardes que tampoco se han atrevido a cruzar, incapaces de pisar el mismo suelo volcánico en el mismo momento que ella lo pisa; sospechosos de contarte una vida entera en un paso de cebra. 

Pablo Iglesias: el equilibrio sobre el desequilibrio ajeno

Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias.

La forja de Pablo Iglesias se construyó, casi en igual medida, del descontento general, de su habilidad comunicativa y de la oposición que encontraba en el plató de referencia. El televidente (al menos, una gran parte de la audiencia) podía estar más o menos de acuerdo con lo que exponía Iglesias, pero se sentía en firme desacuerdo con los alegatos de sus contrarios. Hay quien asegura que el voto a Podemos es un voto anti sistema, pero yo creo que empezó siendo un voto anti tertuliano.

A partir de entonces, Podemos creció más agitado por los críticos furibundos que por las propuestas políticas. Es un hecho que la gente (al menos, una gran parte) disfruta del pánico de los periodistas y los políticos con nudo Wilson, a los que atribuye una alta cuota de responsabilidad (quizá estética) en la crisis.

Marilyn, felices 90

Y que cumplas muchos más.

Y que cumplas muchos más.

Marilyn Monroe hubiera cumplido hoy 90 años. Imagínenla. Sabríamos de ella por el teleobjetivo de algún paparazzi, paseada en una silla de ruedas por su último marido (un peluquero gay de Arizona), cubierta con unas enormes gafas de sol y una peluca platino, probablemente respondiendo con el dedo corazón a los pertinaces reporteros. Marilyn sería poco más que un fantasma, una leyenda con la necrológica en la plataforma de lanzamiento.

No hay duda: Marilyn no hubiera funcionado en el papel de anciana que bordó Katherine Hepburn. Su decadencia hubiera sido cruel y sus equivocaciones generosas. Nadie mejora con el tiempo, excepción hecha de Maribel Verdú.

Nunca es mejor morirse, no se me ocurrirá decir tal cosa. Pero cumplir 90 años con el aspecto de los treinta, y que el mundo lo celebre, y sentirse deseable, es un privilegio reservado a esos mitos del cine que murieron antes para vivir siempre. Bellos, altivos y sin una sola cana.

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